Una respuesta poco razonada, casi
refleja, podría ser la de que lo preferible es ser rico siempre, en un país
repleto de ricos o bien lleno de pobres, qué más da. Sin embargo, si se evalúa el
dilema más pausadamente, la respuesta podría ser otra bien distinta.
Ser rico en un país pobre es una
situación que puede ser indeseable por los riesgos y angustias potencialmente asociados
a tal condición. Las combinaciones pueden ser heterogéneas, pero destacaremos
algunas de ellas, dos en concreto: la del rico cercano a la «cosa pública», con
menor o mayor legitimidad, y la del «rico empresario».
Supongamos que el rico en cuestión es detentador
del poder político o se halla en sus aledaños, y que ha accedido a este estatus
o se mantiene en él por cauces carentes de legitimidad democrática.
Probablemente haya de seguir el consejo de Maquiavelo y anteponga ser temido a
ser amado.
Mientras su fuerza sea suficiente para
mantener a raya a aquellos de los que extrae su riqueza, su posición será
prácticamente inexpugnable, pero si, por cualquier motivo, muestra flaquezas o
el entorno se altera, la coyuntura se podría aprovechar por otra facción para
tratar de derrocarle o desplazarle de su posición.
Esta situación se ha vivido en innumerables
ocasiones, aunque tenemos un ejemplo cercano en el espacio y en el tiempo con
la llamada «Primavera Árabe», y los cambios radicales, no siempre acompañados
de una ulterior estabilidad política y social, experimentados en países como
Libia o Egipto, por ejemplo.
En los países en los que rigen las
reglas del juego democrático no es fácilmente concebible el escenario descrito
en los párrafos anteriores, o, al menos, la tenencia de una fortuna o el
enriquecimiento continuado no podrán ser tan aparentes ni flagrantes, pues se
pondrían en funcionamiento los resortes previstos para la destitución de
quienes hubieran ejercido el poder torticeramente, y los tendentes a la
recuperación o la devolución de los bienes y de las rentas indebidamente
percibidos. De fallar estos mecanismos, siempre quedaría, como última barrera,
el lanzamiento del poder como efecto de la libre votación de los ciudadanos en
las elecciones periódicamente celebradas.
Si bajamos un peldaño y nos referimos a
los ricos que no detentan el poder político ni se encuentran en sus cercanías y
que limitan su poderío a una preeminente posición económica, vinculada con el
mundo empresarial, como propietarios o como gestores de intereses ajenos, los
riesgos seguirán siendo manifiestos.
Para comenzar, todos los ricos se verán
forzados a residir en zonas separadas y protegidas, alejadas del centro de las
ciudades, en una suerte de búnkeres que permitan el aislamiento del mundo
circundante, dado que en un país o región pobre los poderes públicos dispondrán
de escasos medios para garantizar una mínima paz social, y los existentes
estarán al servicio de las élites políticas. En una especie de guerra de todos
contra todos, al tipo hobessiano, los
«ricos empresarios» habrían de velar por su propia seguridad física en
fortalezas creadas a medida, sufragadas por ellos mismos, al igual que sus
propios «mercenarios» que les brindan protección.
Más allá de esta elemental forma de
autoprotección, habría que ponderar otros riesgos más sutiles, relacionados no
con su seguridad personal sino con su «seguridad patrimonial», esto es, la de
sus propiedades e inversiones. En general, en estos países con diferencias tan
acusadas entre los que tienen y los que no tienen, los cambios políticos pueden
acaecer en cuestión de horas o días, aupados, además, por impulsos de corte
populista.
No es inconcebible que de un súbito
cambio político se pueda derivar una pérdida de los bienes, sobre todo de los
que son raíces y están pegados al suelo, sin posibilidad de ser movilizados con
celeridad, o de las mismas fuentes generadoras de rentas (concesiones
administrativas para explorar recursos naturales, empresas…).
Tenemos el ejemplo, mirando atrás, de
golpes de estado a los que han seguido la nacionalización de los bienes en
manos de extranjeros, o medidas tomadas por gobiernos democráticos pero teñidas
de resonancias populistas, por las que se expropian empresas extranjeras con un
justiprecio inferior a su valor real.
Por el contrario, a pesar de la inherente
dureza de la condición de pobre, especialmente cuando alrededor se puede palpar
el bienestar material de la mayoría, el estrés del pobre en una sociedad rica
no será ni por asomo tan elevado como el del rico en la pobre.
Es cierto, y nos remitimos a nuestro
artículo en este mismo número 13 de Extoikos titulado «La desigualdad y la
pobreza en el mundo: una realidad con varias faces», que la tradicional
igualdad, con la existencia de unas clases medias muy consolidadas, tan
arraigada en las sociedades occidentales y europeas, con un período virtuoso de
crecimiento y redistribución comprendido entre el fin de la Segunda Guerra
Mundial y la crisis energética de 1973, ha pasado a mejor vida.
La desigualdad interna de nuestras
sociedades va en aumento, pero, tratándose de un fenómeno que suscita gran
desasosiego, la función redistribuidora del Estado y el rol del Estado
Benefactor o del Bienestar sigue siendo apreciable. Recientemente, como
expresábamos en nuestro citado artículo, se ha puesto en funcionamiento un
Fondo de Ayuda Europea para los más desfavorecidos, que contará, para el
periodo 2014-2020, con unos 3.400 millones de euros, al margen de la ayuda que
se pueda prestar por los Estados y demás Administraciones Públicas o por
organizaciones privadas con fines asistenciales.
En el caso particular de Europa, en los
últimos años se ha puesto de moda la referencia a que esta región representa el
7 por ciento de la población mundial, el 25 por ciento de la producción del
globo y el 50 por ciento del gasto social del mundo. Estos datos pueden ser
imprecisos o no responder a las tendencias demográficas y de envejecimiento de
la población, pero son suficientes para mostrar que los paliativos para
remediar las dificultades de los pobres son mucho más intensos en este lugar
que en otras latitudes.
Por todo lo expuesto, concluimos respondiendo
que lo idóneo es que no haya pobres y que es preferible ser pobre en un país
rico que rico en un país pobre.
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