«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

viernes, 2 de febrero de 2018

“Allegro ma non troppo”, de Carlo M. Cipolla

(Hasta que la nueva web todosonfinanzas.com, actualmente “en construcción”, esté plenamente configurada y operativa, seguiremos publicando simultáneamente en ella y en “todosonfinanzas.blogspot.com.es”)

Este libro se compone de dos ensayos, uno sobre la pimienta, otro sobre la estupidez. Inicialmente se escribieron para un grupo selecto y reservado de amigos, pero fue tal su buena acogida que el autor se vio obligado a publicarlos oficialmente.

La obra está escrita en tono jovial, pero quizás por eso sea mucho más seria de lo que a simple vista pudiera parecer. En las palabras que anteceden a los dos ensayos se afirma que “el humorismo, que consiste en la capacidad de entender, apreciar y expresar lo cómico, es un don más bien escaso entre los seres humanos”.

Esta referencia nos conduce directamente a la obra de otro célebre italiano, Umberto Eco, a su personaje Jorge de Burgos y al poder liberador o demoniaco de la risa. Evidentemente, nos referimos a “El nombre de la rosa”.

El humorismo implica, a diferencia de la ironía, reír con los demás, no de los demás. El humorismo es un lubricante que facilita las relaciones humanas.

“Tengo la profunda convicción de que siempre que se presente la ocasión de practicar el humorismo es un deber social impedir que tal ocasión se pierda”, opina Cipolla. 

El papel de las especias (y el de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media

Según un sociólogo norteamericano que Cipolla no identifica nominalmente, la decadencia de Roma se debió al progresivo envenenamiento por plomo de la clase aristocrática romana. Esta “aristotanasia” provocó la desaparición de las figuras más autorizadas del pensamiento y de la cultura, y que los bárbaros no pudieran ser detenidos, lo que llevó a Rufino a preguntarse: “¿Cómo se pueden tener ánimos para escribir, cuando estás rodeado de armas enemigas y a tu alrededor no ves más que ciudades y campos devastados?”.

En los primeros siglos de la Edad Media, conocidos como “siglos oscuros” (“dark ages” en inglés), la sociedad se organizó en tres estamentos: los que combatían, los que oraban y los que trabajaban. Fue entonces cuando las rutas comerciales con Oriente sirvieron para que la pimienta llegase a Europa, aunque esta especia siempre fue un bien escaso.

La pimienta es un potente afrodisíaco, por lo que su escasez no ayudó a los deprimidos europeos a compensar las pérdidas de vidas causadas por los nobles locales, los guerreros escandinavos, los invasores húngaros y los piratas árabes: solo los tontos podían contemplar el futuro con optimismo.

El nuevo milenio (el año 1000) comenzó con un giro inesperado cuando el obispo de Bremen y Pedro el Ermitaño incitaron a los europeos a ejercer su violencia contra los no europeos en lugar de hacerlo contra ellos mismos. Pedro ideó un gran plan: promover una cruzada para liberar la Tierra Santa de la opresión musulmana, abrir las vías comerciales con Oriente y, por lo tanto, reabastecer Europa de pimienta de un modo regular.

Fue en esos años cuando nació Venecia; dado que en los pantanos donde se refugió la población no se podía arar, ni sembrar ni vendimiar, los venecianos debieron dedicarse, forzosamente, al comercio. 

Según un economista anglosajón tampoco citado por Cipolla: “Los ingenuos cruzados se encontraron envueltos en una red de intereses comerciales que poco o nada entendían. Durante las tres primeras cruzadas los venecianos, que les habían proporcionado las naves, les engañaron descaradamente igual que un mercader sin escrúpulos engaña en el mercado al tonto del pueblo”.

Los italianos se adueñaron del comercio y obtuvieron beneficios monopolísticos notables: «Si lo hubieran hecho los holandeses, los alemanes o los ingleses, habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de ética protestante y encomiables campeones del protocapitalismo. Tratándose tan sólo de italianos, fueron definidos como ejemplos deplorables de “avidez” y de “falta de escrúpulos comerciales”».

El aumento del consumo de pimienta incrementó el vigor en los hombres y la invención del cinturón de castidad, por lo que no es de extrañar la creciente frecuencia de los apellidos “Smith” en Inglaterra, “Schmidt” en Alemania, “Ferrari”, “Ferrario”, “Ferrero” o “Fabbri” en Italia” o “Favre”, “Febvre” o “Lefevre” en Francia.

No estropeándose la pimienta por el paso del tiempo y dada la facilidad para venderla, lo que la dotaba de liquidez, comenzó a utilizarse como elemento de intercambio, por lo que los mercaderes se convirtieron en banqueros y practicaron la usura tanto con los pobres como con los ricos.


Para calmar su conciencia los mercaderes destinaron notables sumas a actos de caridad y a donaciones a la Iglesia para erigir iglesias, catedrales y monasterios.

El relato finaliza con una cita a la bancarrota de Inglaterra a mediados del siglo XIV, en los años del rey Eduardo, que se endeudó para hacer la guerra, lo que llevó a la ruina a los banqueros florentinos, que abandonaron el comercio y la banca y se dedicaron a la pintura, la cultura y la poesía, dando comienzo el Renacimiento. 

Las leyes fundamentales de la estupidez humana

Primera Ley Fundamental: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, como estúpidas.

Día tras día vemos cómo entorpecen nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que parecen de improviso e inesperadamente en los lugares y momentos menos oportunos.

Segunda Ley Fundamental: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

Cipolla afirma que tiene la convicción de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio.

Tras determinados estudios en los que ahora no nos vamos a detener, se ha constatado que incluso una fracción de los premios Nobel está constituida por estúpidos.

Tercera Ley Fundamental (ley de oro): Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

A veces, el estúpido puede causar un daño devastador, afectando a comunidades o sociedades enteras. Algunas personas heredan una dosis considerable del gen de la estupidez y gracias a ello pertenecen, desde la misma cuna, a la elite de este grupo. Otros son potencialmente estúpidos por su posición de poder o autoridad en la sociedad. Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad para hacer daño al prójimo es peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado u ocupan. En el seno de una sociedad democrática, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de esta fracción de estúpidos entre los poderosos.

Por otra parte, frente a un individuo estúpido uno siempre está desarmado, pues sus acciones no se ajustan a las reglas de la racionalidad, luego sus ataques nos cogen por sorpresa, y, aunque se puedan anticipar, no cabrá una defensa racional ante un ataque irracional. El estúpido no sabe que es estúpido, luego las dificultades se multiplican.

Cuarta Ley Fundamental: Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

Quinta Ley Fundamental: La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado (principio que, por cierto, mi padre me enseñó hace años con una formulación muy similar: los malos descansan, los tontos, no, luego estos son más peligrosos que aquellos).

 

jueves, 1 de febrero de 2018

Nuccio Ordine: "Clásicos para la vida"

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Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.

Cavafis

Inesperadamente llegó a mis manos “Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal” (Acantilado, 2017), del profesor Nuccio Ordine, autor al que no conocía, aunque tenemos muchos amigos en común. 

En esta época de descrédito de las Humanidades, la obra trata de aglutinar breves extractos de lo que han dejado escrito nuestros clásicos. Se trata de una selección de textos, sin más pretensión que servir de cebo para atraparnos y llevarnos a las obras completas: “una antología no tendrá nunca fuerza suficiente para desencadenar las profundas metamorfosis que sólo puede producir la lectura completa de una obra”.

Esta pequeña biblioteca ideal viene antecedida por un breve ensayo de Ordine, que comienza con una bella frase de Jorge Luis Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Si no fuera por lo limitado de nuestro tiempo y por lo incierto de nuestra existencia, la frase carecería de sentido, pero, en cambio, es absolutamente cabal.

Ordine afirma que la principal tarea de todo buen profesor no es producir hornadas de diplomados y graduados, sino “la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma”. La escuela debería “educar a las nuevas generaciones para la herejía”, esto es, capacitarlos para un constante ejercicio crítico.

Los clásicos nos pueden enseñar el “arte de vivir” y cómo “resistir a la dictadura del utilitarismo y el lucro”. Un papel fundamental de intermediación en la transmisión de este conocimiento que, tristemente, se va perdiendo poco a poco, es el desempeñado por el verdadero maestro, como Louis Germain, que lo fue de Albert Camus, a quien este, al recibir el Nobel de Literatura, dio las gracias por sus enseñanzas inmediatamente después que a su propia madre.

Ordine se muestra especialmente crítico con la tecnología aplicada a la enseñanza. El aprendizaje requiere lentitud, reflexión, silencio, recogimiento, como mostró en su día Nietzsche. Nadie duda de la importancia de Internet, pero la relevancia que se da a los nuevos medios y la inversión desproporcionada en relación con los retornos generados no terminan de convencer a nuestro autor: “hasta ahora, las inversiones digitales sólo han tenido un impacto seguro en el volumen de negocios de los fabricantes y proveedores de programas y de hardware”. En realidad, un buen libro “es aún mucho más seguro que un viaje a la aventura por el maremágnum de la red”. Acceder a información no es suficiente para conocer.

Europa está olvidando sus propias raíces. Las manifestaciones artísticas de países como España o Italia o ciudades como París o Roma, que son auténticos “museos al aire libre”, son objeto de un castrante tratamiento según parámetros económicos. Todo se evalúa conforme a la relación entre el número de asistentes y la recaudación económica, sin que se valore si los temas evocados han podido hacer reflexionar al visitante o cómo la experiencia estética ha podido modificar la percepción de uno mismo o de la realidad que le rodea, se queja Ordine. 

Pero peores todavía son los casos de destrucción deliberada del patrimonio cultural de la humanidad, como ha acaecido en Siria. “Reducir a polvo Las meninas de Velázquez significaría aniquilar para siempre una obra que nadie podría devolver a la vida”. Los gobiernos no se movilizan ante estas agresiones, aunque sí lo hacen para defender los pozos de petróleo...

Ordine crítica el ánimo de lucro que impregna nuestro modo de vida, lo que le lleva a afirmar, llamativamente, que “se puede ser feliz con una modestísima retribución si se ama lo que se hace, y, en cambio, ser infeliz con una nutrida cuenta bancaria si se considera la profesión ejercida como un simple medio para ganar dinero”.

En las transacciones intelectuales, a diferencia de lo que ocurre en las económicas (aunque su afirmación es discutible), las dos partes se enriquecen al mismo tiempo, todos los protagonistas del intercambio son cada vez más ricos.

Nuestro autor considera que “para combatir la corrupción y la evasión fiscal no basta sólo con buenas leyes: se precisa tener una buena escuela y una buena universidad, se precisa formar estudiantes y ciudadanos capaces de amar el bien común y de oponerse a esa lógica del beneficio por el beneficio que ha desatado en el mundo un egoísmo galopante”.

Pone como ejemplo las enseñanzas transmitidas por Thomas Mann en “Los Buddenbrook”, con las que no podemos estar más de acuerdo: “Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche”.


El ensayo introductorio se cierra con una frase de Giordano Bruno: todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error.

En suma, compartimos una parte sustancial del pensamiento de Nuccio Ordine, aunque no tanto su descrédito hacia el mercado y la persecución del ánimo de lucro en una sociedad democrática regida por el Estado de Derecho. La Economía también es una ciencia social que forma parte de las Humanidades y que, bien entendida, como todo, puede mejorar nuestra percepción de la realidad, y acentuar la solidaridad y el bienestar material.

 

jueves, 18 de enero de 2018

El impuesto sobre las transacciones financieras y el eterno retorno

(Publicado en el blog de iAhorro el 17 de enero de 2018)

Ha pasado una década desde el comienzo de una crisis financiera sobre la que se sigue discutiendo, como acredita la reciente constitución parlamentaria de la “Comisión de Investigación sobre la crisis financiera de España y el programa de asistencia financiera”, sin que, como si aquella fuera un elemento viscoso y pegajoso, se vislumbre el momento en el que sean superadas las autojustificaciones y los reproches, en el que se pueda pasar página y encarar el futuro. 

Los tópicos, aunque insuficientes e inexactos, son útiles e incluso necesarios en una sociedad definida por la superficialidad y por el uso masivo de las redes sociales como vía para acceder a la información. Los bancos tradicionales tienen muy mala reputación entre la ciudadanía. La percepción de que la crisis fue originada —exclusivamente— por los bancos está bien implantada entre nosotros, sin que se haya tratado de ir más allá de lo evidente para encontrar otras causas o explicaciones más profundas y complejas. 

El Premio Nobel de Economía Robert Shiller ha destacado en su obra “Las finanzas en una sociedad justa” que, a pesar de que el público percibe la centralidad, la sobriedad y la seguridad de los bancos, cuyos dirigentes, de hecho, guían a la comunidad entera, una especie de rabia se enciende siempre que hay una crisis bancaria y los gobiernos del mundo acuden al rescate de sus intereses.

Han escaseado enseñanzas, sin embargo, como las de Raghuram Rajan, quien fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional y, más tarde, gobernador del Banco Central de la India. Rajan afirma en su obra “Grietas del sistema” (“Fault lines” en inglés), en relación con los Estados Unidos de América (¿con validez también para España?), que, ante la constatación en los primeros años 90 del pasado siglo de que los ciudadanos tenían cada vez ingresos más reducidos, la clase política comenzó a buscar formas rápidas para ayudarles —ciertamente, más rápidas que la reforma educativa, que necesita décadas para producir resultados—. Viviendas asequibles para grupos de bajos ingresos fue la respuesta obvia, a lo que se unió un acceso fácil al crédito.

A pesar de que no todas las culpas se deban atribuir al sector financiero, parece justo que este deba responder de la factura de su rescate, aunque todos los indicios apuntan a una financiación de una parte sustancial del mismo por parte del contribuyente. 

No obstante, hay ocasiones en las que se percibe que, para algunos, el “castigo” debe ser todavía mayor, y se pretende que el sistema financiero responda de “culpas ajenas”, como veremos más adelante.

Si atendemos a las fechas de algunas de las propuestas históricas para imponer tributos específicos sobre la actividad de las entidades financieras, resulta que algunas de las más relevantes se han formulado justo a continuación de etapas de profunda crisis económica. Por ejemplo, en lo que afecta al impuesto sobre las transacciones financieras, Keynes se posicionó a su favor en la época de la Gran Depresión y Stiglitz tras el crac bursátil de 1987. Por ello, no es extraño que el debate para gravar con más intensidad a las entidades financieras se haya reabierto coincidiendo con la Gran Recesión de 2008 y los años posteriores en los que se han exteriorizado sus duras secuelas, no tanto como castigo sino como medio para compensar los dispendios públicos y limitar para lo sucesivo la asunción de riesgos excesivos en el desarrollo de su actividad (lo que quizás, en este último caso, se debería acometer más bien a través de la regulación financiera antes que desde el ámbito de la tributación).

Pero el establecimiento de este tipo de impuestos no es sencillo técnicamente. La tensión a la que se somete una libertad como la libre circulación de capitales, que se puede considerar plenamente vigente a escala global —a pesar de los escarceos del presidente Trump con el proteccionismo—, y, especialmente, en un mercado interior como el de la Unión Europea, implica que si la tributación de un elemento tan móvil como es el capital, en sus diversas modalidades, no va acompañada de una extraordinaria colaboración e intercambio de información entre Estados, este objetivo puede ser vano o, lo que es peor, perjudicial o contraproducente para la actividad económica. 

Hay un riesgo real de que las rentas originadas en un país puedan buscar otros países de fiscalidad más favorable, erosionando la capacidad recaudatoria que se pretende reforzar. Como advirtió la Fundación Ideas respecto a la “competencia fiscal” entre países: “dada la rápida movilidad internacional del capital, el hecho de que un país recaude impuestos sobre las transacciones financieras podría generar movimientos para trasladar los servicios financieros fuera de dicho país” (“Impuestos pare frenar la especulación financiera. Propuestas para el G-20”, mayo de 2010).

El Comité Económico y Social Europeo ha señalado explícitamente que se debe aplicar “el máximo esfuerzo para que se efectúe la introducción del impuesto a nivel mundial («Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre la “Propuesta de Directiva del Consejo relativa a un sistema común del impuesto sobre las transacciones financieras y por la que se modifica la Directiva 2008/7/CE”», COM (2011) 594 final, 2012/C 181/11). La dificultad para alcanzar esta aspiración no merece más comentario.

Estas complicaciones se redoblan en el caso de la Unión Europea, en la que uno de los 28 Estados miembros (Reino Unido, la nación más beligerante en contra de un impuesto sobre las transacciones financieras europeo) va a abandonar el proyecto común, y, de los 27 Estados restantes, 19 son parte del euro, en tanto que los ocho restantes países conservan sus propias divisas. No es de extrañar que los intentos de establecer un impuesto sobre las transacciones financieras en Europa hayan fracasado tanto en 2011 como en 2013, y que este proyecto en hibernación siga interesando, tan solo, a una decena de los países de la Unión Europea, entre ellos España.

En los primeros días de 2018 se ha vuelto a plantear por algunos representantes políticos españoles la posibilidad de crear un impuesto sobre las transacciones financieras: nada nuevo según lo expuesto. Más novedoso es que se promueva que los bancos paguen un recargo del 8% en el Impuesto sobre Sociedades para aplicarlo a la reducción del déficit de la Seguridad Social.

Si lo primero (el impuesto sobre las transacciones financieras) no se proyecta y ejecuta desde el ámbito internacional, unas entidades bancarias que empiezan a ver la luz al final del túnel pero aún con una baja rentabilidad, sometidas a la competencia de las entidades tecnológicas que ofrecen servicios financieros (“Fintech”), con una carga sustancial de préstamos impagados (“non-performing loans”), en un entorno de tipos de interés negativos y de cambio del modelo de negocio según se solicita por el supervisor bancario (el Banco Central Europeo), pueden sufrir, pues los ahorradores e inversores buscarían las jurisdicciones más favorables fiscalmente para colocar sus depósitos y capitales. 

En cuanto a lo segundo, esto es, la financiación del déficit de la Seguridad Social con cargo directo al sector financiero, nos parece un parche insólito. Antes bien, habría que apostar por el rejuvenecimiento de la sociedad, la generación de trabajo de calidad y la restauración de una adecuada relación entre los cotizantes y los pensionistas. 

Recuperar la confianza del cliente —y del contribuyente— en el sector financiero a golpe de más tributación no parece, en principio, la vía más idónea ni efectiva, con la paradoja de que serán las entidades que mejor paradas han salido de la crisis, las que han sido más conservadoras y prudentes, las que tendrán que pagar la cuenta dejada por muchas entidades inexistentes en la actualidad o la deuda generada por una situación con la que no guardan relación alguna (la de la Seguridad Social).

En todo caso, como en cualquier empresa, los mayores costes en los que los bancos puedan incurrir terminarán siendo repercutidos a los clientes, quienes verán incrementarse los precios de los servicios demandados o disminuir los retornos esperados por sus ahorros e inversiones. La misma Comisión Europea ha admitido expresamente este posible efecto (“Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones. Fiscalidad del Sector Financiero”, COM (2010) 549 final, 7 de octubre). 

En fin, cualquier movimiento, más allá de los intereses particulares, debe ser cuidadosamente meditado, incluso antes de ser anunciado.