El azar quiso que la paradoja estuviera presente en mi
relación, que, para empezar, ha durado
menos de dos semanas, con “Sociofobia (El cambio político en la era de la
utopía digital)”, de César Rendueles.
El día 14 de noviembre tuve conocimiento de que a la par que
comenzaba el libro, en la noche del viernes 13 de noviembre, París era golpeada
por la sinrazón terrorista. Uno más, solo uno más, de los dramas diarios que,
en la cercanía o en la distancia, nos rodean, en un círculo que cada vez parece
más oprimente y asfixiante.
De la obra de Rendueles ya hemos tenido ocasión de leer y
comentar “Capitalismo canalla”, su obra más actual. Son muchos los nexos que
vinculan a ambos libros, aunque “Sociofobia” nos ha parecido bastante más denso,
tanto que merecería, para beber todo su jugo, un par de lecturas adicionales, y
equilibrado desde un punto de vista ideológico, como veremos enseguida.
Reiteramos lo escrito con anterioridad: Rendueles cotiza al
alza, y eso que parece detestar los mercados secundarios, y lo ponemos, como a
ciertos valores de bolsa, bajo seguimiento, porque tiene recorrido por delante
y una capacidad de crecimiento, como la que prometen los neoliberales respecto
a algunas economías, muy probablemente con deliberada exageración, casi sin
límite.
Lo primero que sorprende de este libro es que queda sujeto a
una “Licencia Creative Commons”, que habilita para la copia, la distribución y
la comunicación pública, bajo ciertas restricciones, como es natural.
Precisamente, trata en la obra sobre el “copyleft”. En un ataque de
desconfianza hacia el autor, he de admitirlo, en una de las muchas citas
críticas a la vieja industria editorial y los derechos editoriales y de autor,
sobre todo económicos, me dio por volver al comienzo del libro en busca de los
créditos de la obra: respiré aliviado al comprobar que el autor no solo
teoriza, sino que predica con el ejemplo, lo que le honra y dota de coherencia
y contundencia narrativa.
A Rendueles le gusta la literatura y creo que también el
cine. Nada más comenzar su libro, cita la novela “The road”, de Cormac McCarthy,
con toda su angustia, la misma que sentí cuando, hace algunos meses, en la
soledad de la noche, visioné la inquietante película inspirada en ella,
protagonizada por Viggo Mortensen, en un entorno apocalíptico en el que unas
personas, en medio de la destrucción y la nada, llegan a devorarse las unas a
la otras. Resulta estremecedor, pero la realidad, otra vez, supera a la
realidad, y algo parecido ocurrió, al parecer, en extensas zonas del planeta en
el último tercio del siglo XIX (una “crisis de subsistencia global”, según Mike
Davis).
En ese mismo siglo XIX, el capitalismo se impuso en buena
parte del mundo “manu militari”. Se llegó a sostener que estos países colonizados
eran víctimas de su propio atraso, por lo que la tutela europea les sería
beneficiosa.
Entretanto, el siglo XX impulsó el Estado del Bienestar, con
origen en la Prusia bismarckiana, para consolidarse en el tercer tercio del
siglo, más como contrapeso frente a la victoriosa Unión Soviética que como
regalo para los ciudadanos.
El siglo XXI ha comenzado con una enorme y estremecedora contradicción:
en los primeros años de la centuria han muerto más niños por diarrea que
personas en guerras desde la Segunda Guerra Mundial. “Las conurbaciones de
miseria son el envés del capitalismo de casino”; el capitalismo se ha impuesto
a pesar de su insuficiente legitimación.
Para Rendueles, “desde hace dos siglos estamos inmersos en un
experimento de ingeniería social a una escala jamás soñada”, lo que no nos convence, pues no hay mal que
cien años dure, ni, sobre todo, cuerpo que lo resista. Es decir, ¿quién es el
ideólogo, el demiurgo, de este plan? ¿Quién es el impulsor y quiénes son sus
imprescindibles “herederos”?
Lo mercantil, lo financiero, nos rodea por doquier, y ahí sí
puede que le asista la razón.
Nos ha hecho reír, aunque es extraordinariamente preocupante,
la “performance” de The Yes Men, en la que integrantes de este colectivo han
suplantado a representantes de instituciones financieras y empresariales en
foros internacionales, donde han proclamado iniciativas, que han obtenido la
aceptación del público, para recuperar la esclavitud o establecer derechos de
votos o de derechos humanos, que, como en los mercados de gases de efecto
invernadero, permitirían a unos agentes comprar la cuota de infracciones
toleradas no gastadas por otros. Preocupante, ya lo dijimos, y aberrante, pero
aceptable para algunos (queremos creer que para una muy exigua minoría).
Es imaginativa, pero no descabellada, la comparación de
Rendueles del panóptico de Bentham, en la que el guardián observa al prisionero
clandestinamente, con el modelo que rige las relaciones de poder
internacionales en la modernidad: “Como en el panóptico, no se basa en una
presencia intrusiva y permanente de los vigilantes, sino más bien en la
exposición total la castigo de los mercados, las instituciones financieras
internacionales y los acuerdos políticos”, lo que guarda relación con la doctrina
de Friedman, que también se trae, con sentido crítico, a colación: “Cuanto más
amplio sea el número de actividades cubiertas por el mercado, menor será el
número de cuestiones en las que se requieren decisiones expresamente políticas
y, por tanto, en las que es necesario alcanzar un acuerdo”.
Tanto el libre mercado como esta modalidad de panóptico,
concluye Rendueles, han fracasado.
Tenemos la convicción de que las multinacionales están
ganando la partida a los Estados, pero “ninguna empresa se acerca ni
remotamente a los ingresos fiscales de los países más ricos del mundo”, lo que
se explica porque estas empresas se desenvuelven en un mundo financiero,
alejado del económica y materialmente real. Hay que precisar, apostillamos, que
estamos en un momento histórico en el que, como en la cueva de Platón o como en
Matrix, discernir dónde empieza lo ideal y lo real, lo financiero y lo
material, no es sencillo.
Referimos al comienzo que, a diferencia de “Capitalismo
canalla”, o eso nos ha parecido, “Sociofobia” es más equilibrado, pues la
crítica a los mercados y al capitalismo no es óbice para que Rendueles afirme
que “tampoco tengo grandes problemas en aceptar que el programa emancipatorio
clásico —el del socialismo, el comunismo y el anarquismo— ha muerto”. De hecho,
al fin de la obra figura una coda titulada, más que significativamente, “1989”.
Volveremos sobre ello.
La llamada “zona cero” de “Sociofobia” nos remite a una
realidad, reiterada en “Capitalismo canalla”, como es la de que, sin duda,
hemos de cuidarnos los unos de los otros, a cuyos efectos, la efervescencia
digital, esta que me permite, por cierto, escribir este post, tuitearlo, y
hacérselo llegar al móvil o al PC (nada que ver con el “partido comunista”) del
escritorio de César Rendueles, es inútil.
El igualitarismo democrático tampoco sirve para asegurar que
nos podamos cuidar unos de otros. Efectivamente, con la gracia dolorosa que destila,
a veces, su densa prosa, concluye César: “La democracia radical no es un
servicio universal de atención al cliente. Tiene algo de locura, si uno se para
a pensarlo. Significa que el majadero de ese Porsche Cayenne, la tía que suelta
a un par de pitbulls en un parque lleno de niños o los poligoneros del centro
comercial tienen el mismo derecho a intervenir en la vida pública que tú”.
Amén.
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