“Dime de qué hablas y
te diré de qué careces” se afirma desde el prisma de la sabiduría popular. En
los últimos meses, sobre todo desde el propio sector financiero, se perora
sobre ética y cultura como si fueran descubrimientos brindados por el presente.
Según Dudley (*),
aunque los problemas culturales y éticos no son exclusivos de la industria de
las finanzas, las empresas financieras difieren de otras en aspectos
importantes. En primer lugar, el sector financiero ejerce una función pública
en la asignación de capital escaso a través de los mecanismos de mercado. Para
que la economía alcance su potencial de crecimiento a largo plazo, es necesario
un sector financiero sólido y vibrante. Las entidades financieras existen no
solo para beneficiar a sus accionistas, empleados y clientes. A menos que el
sector financiero pueda recuperar la confianza, no podrá desempeñar con
eficacia sus funciones esenciales. Solo por esta razón, concluye, esta
industria debe hacerlo mucho mejor.
(*) W. C. Dudley,
“Remarks at the Workshop on Reforming Culture and Behavior in the Financial
Services Industry Federal Reserve Bank of New York”, New York City, 2 October,
2014.
No nos parece mal, en
general, este discurso, pero sí nos preocupa la facilidad con la que se puede
deslizar hacia la mera consideración del cliente como un instrumento, apto, en
el peor de los casos, para ser sacrificado ante otros intereses —pretendidamente—
de mayor envergadura.
Si deseamos adentrarnos
en el terreno de la ética o la filosofía, más allá de la “Ética a Nicómaco” de
Aristóteles, creemos que merece la pena acercarse a principios axiomáticos,
sencillos pero profundos. Ya dejamos escrito hace algunos meses (“El mayor reto del sistema financiero para 2015”, Revista de Derecho del Mercado Financiero, 8
de enero de 2015) lo siguiente:
“Sin embargo, será el
regreso a algo tan básico como es el respeto a la clientela lo que marcará el ejercicio
y el devenir
de las reformas
ya trazadas y
en ejecución. La
debida consideración hacia los
pequeños usuarios es un fin en sí, un imperativo práctico kantiano, y será la
llave que permita satisfacer las
expectativas de otros
grupos de interés
tan dignos de
protección como son los
accionistas y los
inversores, y algunas
otras de las controversias enumeradas
con anterioridad, que deberían
entenderse, meramente, como
notas a pie
de página de este principio. No es que el cliente sea rey,
es que nunca debió dejar de serlo”.
Incluso en la defensa
de mi tesis doctoral, en febrero pasado, apelé expresamente al imperativo
práctico kantiano, quizá sin mucho poder de convicción y saliéndome del guión
previsto, que era el de las cláusulas y las prácticas abusivas en la
contratación financiera.
Un reciente discurso de
Andrew Bailey, del Banco de Inglaterra, (“Culture in financial services –a regulator´s perspective”, London, 9 May, 2016) me ha permitido reafirmarme en mi convicción.
Bailey considera que, como supervisor, no puede ir a un banco y decir: “enséñennos
su cultura”. El regulador tampoco puede, y no debería, construir la cultura de
las compañías: “no es el trabajo de los reguladores aplicar la cultura y
cambiar la cultura”.
Pero el párrafo que me
ha parecido más relevante es aquel en el que, en sintonía con Kant, se afirma
claramente que las compañías existen para servir a los clientes, no para
explotarlos:
“I want to end with a
few broader reflections on the role of culture.
The basic difference between the role of the regulator and management of
firms is that our objective is framed exclusively in terms of the public
interest. For firms, it is important to
recognise that a sustainable and viable business model is one that provides an
acceptable rate of return to those who take the risk of providing the necessary
loss absorbing capacity, typically its risk capital. Firms exist to service customers who make up
the public interest, which of course means that service includes the notion of
not exploiting customers, a value one might expect to be given in an
organisation’s culture. Today, the
public perception of banking, and some other areas of finance, remains too much
towards the exploitative “Greed is good”
end of the spectrum. Major changes have
occurred since the crisis which have improved behaviour in firms, but public
opinion broadly does not recognise these developments and tends to think that
nothing has changed. Culture is an
important part of demonstrating that change”.
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