«Don Ibrahim de Ostolaza
y Borafull se encaró con el espejo, levantó la cabeza, se acarició la barba y
exclamó:
—Señores académicos: No
quisiera distraer vuestra atención más tiempo, etc., etc. (Sí, esto sale
bordado… La cabeza en arrogante ademán… Hay que tener cuidado con los puños, a
veces asoman demasiado, parece como si fueran a salir volando).
Don Ibrahim encendió la
pipa y se puso a pasear por la habitación, para arriba y para abajo. Con una
mano sobre el respaldo de la silla y con la otra con la pipa en alto, como el
rollito que suelen tener los señores de las estatuas, continúo:
—¿Cómo admitir, como
quiere el señor Clemente de Diego, que la usucapión sea el modo de adquirir
derechos por el ejercicio de los mismos? Salta a la vista la escasa
consistencia del argumento, señores académicos. Perdóneseme la insistencia y permítaseme
que vuelva, una vez más, a mi ya vieja invocación a la lógica; nada, sin ella, es
posible en el mundo de las ideas. (Aquí, seguramente, habrá murmuros de aprobación.)
¿No es evidente, ilustre senado, que para usar algo hay que poseerlo? En
vuestros ojos adivino que pensáis que sí. (A lo mejor, uno del público dice en
voz baja: “Evidente, evidente.”) Luego si para usar algo hay que poseerlo,
podremos, volviendo la oración por pasiva, asegurar que nada puede ser usado
sin una previa posesión.
Don Ibrahim adelantó un
pie hacia las candilejas y acarició, con un gesto elegante, las solapas de su
batín. Bien: de su frac. Después sonrió.
—Pues bien, señores
académicos: así como para usar algo hay que poseerlo, para poseer algo hay que
adquirirlo. Nada importa a título de qué; yo he dicho, tan sólo, que hay que
adquirirlo, ya que nada, absolutamente nada, puede ser poseído sin una previa
adquisición. (Quizá me interrumpan los aplausos. Conviene estar preparado.)»
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