De Michael Lewis
conocemos con cierto detalle algunos de sus libros, como “Liar´s Poker” o “The
Big Shot” (a raíz de este último, escribimos esta entrada en el blog), pero
este post se refiere a “Flash Boys.
La revolución de Wall Street contra quienes manipulan el mercado” (Deusto,
2014, edición especial para Inversión & Finanzas), que guarda relación con la negociación de alta
frecuencia (“high frequency trading”).
Sobre la negociación de
alta frecuencia ya hemos tratado en ¿Hay Derecho? y en este blog (además de en
un artículo algo más extenso en la revista Estrategia Financiera).
El estilo de los libros
de Michael Lewis es muy singular, pues no aparecen notas a pie de página ni
referencias a las fuentes al final del libro (algo muy anglosajón, en lo que la
doctrina jurídica española, en general, debería fijarse para su adopción y así
liberarnos de nuestra pesadas e infumables notas a pie de página, que tan poco
aportan).
Lewis, gran conocedor de
las entrañas de la industria financiera y de Wall Street, sigue más bien un
estilo de investigación periodística y de difusión de sus resultados para su
conocimiento por los “simples mortales” (John Kay, en una extraordinaria obra
que traeremos próximamente al blog —“Other People´s Money”—, pone en entredicho
que los administradores y directivos del sector sean “señores del universo” que
se conduzcan por reglas especiales).
Realmente, el relato de
Lewis contiene multitud de otros relatos y de citas a las fuentes directas, a
los verdaderos protagonistas de la “historia” (sí, porque dramas como la
comercialización de las hipotecas basura o el expolio a los inversores por las
empresas de negociación de alta frecuencia también se pueden entender de forma
sencilla y hasta amena).
De su estilo llamamos
la atención de dos características. La primera, la ironía (más difícil de
captar cuando le leemos en inglés, pero más accesible cuando lo hacemos en
castellano). Y la segunda, relacionada con el lenguaje directo y también con
este estilo tan peculiar, el continuo recurso a los “tacos”.
Un ejemplo de ambas
características se puede percibir en este párrafo (pág. 36):
“En Estados Unidos
hasta los mendigos eran despilfarradores. En Toronto, tras una gran cena de
empresa, Brad solía recoger las sobras, guardarlas en envases metálicos y llevárselas todos los días a un
indigente al que veía todos los días
camino del trabajo, el cual siempre se mostraba agradecido. Cuando el banco le envío
a Nueva York, Brad vio a más gente sin hogar en un día que en Toronto en todo
un año. Cuando nadie miraba, tras las comidas de trabajo, recogía el
equivalente al banquete de un rey en sobras sin tocar siquiera, y se lo llevaba
a la gente de la calle. “Me miraban como diciendo: ¿Qué coño estás haciendo, imbécil?”
—comentó; y añadió—: Dejé de hacerlo porque me di cuenta de que a nadie le
interesaba una mierda, ni siquiera a los supuestos interesados”.
En cuanto al objeto de
la trama en sí, en “Flash Boys” se cuenta cómo se las han ingeniado en los
últimos años algunos bancos de inversión e intermediarios para, gracias a la
innovación tecnológica, conocer antes de su ejecución las órdenes de compra y
venta de sus clientes (incluso de terceros con los que no guardan relación
contractual alguna) y sacar provecho de ellas (“la orden de un cliente enviada
a un mercado público se convertía en una presa gorda y apetitosa”, pág. 138).
De este modo, el daño
es doble: a los inversores (particulares, pero, sobre todo, fondos de inversión
y fondos de pensiones) cuyas órdenes de compra y venta se ejecutan a precios
injustos (superiores a la “distancia media” entre las mejores ofertas de compra
y las de venta) en beneficio de las empresas de alta frecuencia; y al mercado
en general, pues los precios, el principal indicador de la sanidad de un
mercado, no reflejan realmente la libre concurrencia de la oferta y la demanda.
Estos hechos fueron
denunciados en mayo de 2009 por el senador por Nueva York Charles Schumer a
través de una carta dirigida a la SEC: “a cambio del pago de una tarifa, el
mercado “ofrece” información sobre órdenes de compra y venta durante unas pocas
fracciones de segundo antes de que ésta pase a dominio público” (págs. 56 y 57).
El culmen de esta
operativa clandestina se alcanzó en el 6 de mayo de 2010, con el conocido como “Flash
Crash” (que parece dar nombre a la obra), que implicó, en un momento de
verdadera locura y pánico, que las cotizaciones de algunos valores se
dispararan y las de otros se hundieran, para que la situación volviera a la
normalidad en apenas unos minutos.
Las innovaciones
tecnológicas —y las infraestructuras físicas que les dan soporte, que han de
estar construidas en línea recta y sin obstáculos para que los impulsos electrónicos
o las ondas se transmitan más rápido— han permitido que un segundo sea,
literalmente, una eternidad. Un milisegundo (la milésima parte de un segundo) permite
a las compañías que disponen de los medios más avanzados obtener ventajas
fabulosas.
“No todas las fibras
ópticas eran exactamente iguales, ya que algunos tipos de vidrio transmitían
las señales de forma más eficiente que otros. Ronan pensó que nunca antes en la
historia de la humanidad había estado la gente tan dispuesta a tomarse tantas
molestias y a gastar tanto dinero para ganar una porción de tiempo tan
minúscula” (pág. 76). “Los operadores de alta frecuencia estaban pagando tanto
dinero a las compañías de telecomunicaciones que podían obtener de ellas casi
cualquier cosa […]” (pág. 85).
El libro concluye con la
génesis y entrada en funcionamiento, el 19 de diciembre de 2013, del mercado
IEX, que procura dotar de mayor transparencia al mercado de valores
norteamericano, tratando de limitar, sin impedir su participación, las ventajas
que pueden obtener los operadores de alta frecuencia. El empleo de este mercado
por Goldman Sachs ha permitido que otros muchos bancos e intermediarios
canalicen hacia él tanto sus órdenes directas como las de sus clientes
(recuérdese, en relación con el mercado español, que las entidades de crédito y
las sociedades de valores pueden cursar órdenes por cuenta propia y de sus
clientes, en tanto que las agencias de valores solo por cuenta de estos últimos).
El 92% de las
operaciones del IEX se ejecutó en sus comienzos al precio medio (es decir, al
precio justo), mientras que en las plataformas opacas de Wall Street estas
transacciones no llegaron al 20%: “para funcionar como es debido, un mercado
financiero libre no necesitaba favorecer a alguien concreto; no se necesitaba
ningún retorcido sistema de primas y pagos para que las órdenes fluyeran libremente,
ni colocaciones ni cualquier tipo de ventaja injusta para un pequeño grupo de
operadores. Todo cuanto se necesitaba era que todos los implicados fuesen lo
suficientemente responsables como para intentar comprender bien lo que estaban
haciendo y tomar el control. “La columna vertebral del mercado es la unión de
todos los inversores” […]” (pág. 267).
La pregunta clave, y su
evidente respuesta, es si es necesario que el mercado de valores se
caracterice, sobre todo, por la velocidad. “Vísteme despacio, que tengo prisa”,
reza acertadamente nuestra sabiduría popular.
Transcribimos seguidamente
algunos de los párrafos de la obra que nos han parecido más significativos. Los
agrupamos bajo un título, que no se corresponde con el del capítulo
correspondiente del libro. La página de referencia es de la edición citada en
el párrafo primero, al comienzo.
El
desarrollo tecnológico de los mercados financieros
“El crac del mercado bursátil
de 1987 puso en marcha un proceso —débil al principio, pero que ha ido ganando
fuerza con los años— cuyo resultado ha sido que los ordenadores han reemplazado
completamente a las personas” (pág. 15).
“En ese momento me di
cuenta de que los mercados están amañados. Y sabía que la tecnología estaba
detrás de todo ello, que la respuesta se encontraba bajo la superficie del tan
cacareado comercio electrónico, aunque no tenía ni idea de dónde exactamente”
(pág. 52).
“Un mercado bursátil
era un sistema complejo, y en palabras del propio Zoran, un sistema complejo
era aquel sistema en el que “en algún momento dado todo se llena de mierda, y
no hay nada que puedas hacer para evitarlo. “El encargado de intentar evitar
que la mierda salga a la superficie corre siempre dos riesgos en su trabajo: el
riesgo de que aflore mierda que se podía haber controlado, y el riesgo de que
aflore mierda que escapa a su control” (pág. 221).
“Los mercados
bursátiles habían pasado a depender casi por completo de la tecnología, pero el
personal técnico seguía recibiendo el trato de simples herramientas; nadie se
molestaba en explicarles el funcionamiento del negocio pero se veían obligados
a adaptarse a sus exigencias y se veían expuestos a sus fallos, razón tal vez por
la que habían tenido lugar problemas tan sonados (la excepción eran las
empresas de alta frecuencia, donde los tecnólogos eran los reyes, aunque
también es cierto que estas empresas no tenían clientes” (pág. 227).
“La tecnología había
entrado en Wall Street de una forma algo peculiar, pues había sido utilizada
correctamente para incrementar la eficiencia, pero también para introducir un
curioso tipo de ineficiencia financiera” (pág. 256).
“Por primera vez en la
historia de Wall Street existía un nivel tecnológico que eliminaba por completo
la necesidad de intermediarios financieros, pues los compradores y vendedores
de los mercados ya podían realizar transacciones directas entre sí sin
necesidad de un tercero. […] El objetivo tenía que ser la eliminación de
“cualquier tipo” de intermediación innecesaria” (págs. 116 y 117).
Robo-advice
“Park, otro canadiense,
era toda una leyenda viva en el RBC. En la universidad, a finales de los años
noventa, se había obsesionado con lo que entonces era una idea novedosa:
enseñar a una máquina a comportarse como un comercial financiero extremadamente
astuto. “Lo que me interesaba era aislar el proceso mental del comercial y
replicarlo”, dijo Park […]””.
La
dignidad de algunos empleados de Wall Street (y la desvergüenza de otros)
“Años después llegaría
la crisis financiera y la adquisición en 2008 de la colapsada Merril Lynch por
parte de Bank of America, y lo que sucedió a continuación cambió drásticamente
la visión del mundo que tenía Schwall. Merril Lynch había estado entre las
firmas creadoras de los peores bonos hipotecarios subprime, y si hubiese quedado a merced del mercado —si el Bank of America
no la hubiera rescatado— sus trabajadores se hubiesen quedado en la calle. Sin
embargo, lo que ocurrió fue que poco antes de la adquisición los directivos de
Merril se concedieron a sí mismos unos enormes dividendos que finalmente tuvo
que pagar su salvador, el Bank of America. “Fue algo increíblemente injusto —se
quejó Schwall—. Todos los beneficios financieros que yo mismo había ayudado a
crear durante nueve años se fueron por el retrete, y esos mamones seguían
pagándose primas exorbitadas. Era un maldito crimen”. Aún más increíble fue que
esos mismos directivos acabaron haciéndose con el control de la división
financiera del Bank of America y comenzaron a despedir a la mayoría de sus
empleados, muchos de los cuales habían sido leales al banco. “Fue entonces
cuando me di cuenta de que Wall Street estaba totalmente corrompido y que la
lealtad corporativa hacia los empleados no existía”, afirmó Schwall” (págs. 105
y 106).
“Schwall […] pasó a
estar convencido de que el corazón del capitalismo estaba manipulado a
conveniencia de unos pocos. “Tan pronto como te das cuenta de ello —dijo—, tan
pronto como te das cuenta de que no eres capaz de ejecutar tus órdenes porque
hay alguien por ahí que es capaz de identificar lo que estás intentando hacer
en un mercado y ganarte en la carrera a los demás mercados, el juego ha
terminado” (pág. 109).
“Me cabreaba
soberanamente que hubiese gente que utilizase este sistema para obtener
beneficios con la cuenta de jubilación de cualquier anciano. Era consciente del
tipo de gente a la que estaban exprimiendo, gente como mis propios padres, y me
emperré en intentar averiguar quiénes eran los que estaban exprimiendo así a
los demás” (pág. 109).
“Cuando se habla de
operaciones de alta frecuencia, ¿en quién se piensa? En nadie concreto: ni una
persona ni una cara; se piensa en un “ordenador”. Sin embargo, detrás de todo
esto hay personas específicas” (pág. 110).
“El Sistema de Regulación
de los Mercados Nacionales ([…] en inglés, Reg NMS) [aprobado por la SEC en
2005 e implementado en 2007] exigía a los brokers
que buscasen los mejores precios del mercado para los inversores a los que
representaban. Esta nueva normativa se había inspirado en los cargos imputables
por inversiones con información privilegiada presentados en 2004 contra dos
docenas de especialistas del antiguo NYSE, cargos que desembocaron en el pago
de una multa de 241 millones de dólares. […] El Reg NMS sustituyó la vaga
noción de mejor ejecución por la estricta noción legal de “mejor precio”” (págs.
110 y 111).
“Como la mayoría de los
reglamentos, el Reg NMS era sensato y tenía buenas intenciones. Si todos los
participantes de Wall Street acataban su espíritu, la normativa recién aprobada
establecería una nueva justicia y ecuanimidad en el mercado financiero
estadounidense. Sin embargo, la ley contenía un resquicio legal: “No
especificaba la velocidad del SIP [Securities
Information Processor]. […] El Reg NMS estaba diseñado para crear igualdad
de oportunidades en el mercado financiero de Estados Unidos, pero lo que logró
fue institucionalizar una desigualdad aún más perniciosa, pues permitía que un
pequeño grupo de operadores con los recursos suficientes para aumentar su
velocidad pudiese prever el mercado y realizar transacciones basándose en sus
previsiones” (pág. 112).
“El hecho de que
estuviesen afanando los ahorros de todo el país mediante un fraude sistemático
y que la gente ni siquiera fuese consciente de ello me hacía subirme por las
putas paredes” (pág. 114).
“Cada una de las
injusticias financieras sistémicas había surgido de algún resquicio legal en
una normativa creada para corregir alguna injusticia anterior. “Da igual el
empeño que hayan puesto los reguladores, siempre ha surgido algún intermediario
que ha encontrado la forma de esquivar las nuevas leyes y crear una nueva
manera de aprovecharse de los demás”” (págs. 115 y 116).
“Goldman cazaba en la misma selva que las
pequeñas empresas de alta frecuencia, pero jamás sería tan rápido y flexible
como estas últimas; ningún gran banco de Wall Street podía serlo. La única
ventaja de la que gozaban los bancos grandes era su relación especial con su
presa: sus propios clientes” (pág. 158).
Puertas
giratorias y lobbies
“[…] desde 2007 más de
doscientos empleados de la SEC habían abandonado sus puestos de trabajo como funcionarios
públicos para trabajar en las empresas dedicadas a las operaciones de alta frecuencia
o en los grupos de presión que las defendían en Washington, y algunas de estas
personas habían desempeñado un papel crucial en las decisiones relativas a la
regulación de este tipo de operaciones” (pág. 121).
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