(Jacques Le Goff,
Mercaderes y banqueros de la Edad Media, 2ª ed., Alianza Editorial, Madrid, 2014,
pág. 94)
“Pero esta evolución,
acentuada y acelerada por la historia económica, no está relacionada con ella
de un modo absoluto. Se trata de un movimiento natural que, en nuestra época,
dirige al mercader del negocio hacia la propiedad inmobiliaria y terrateniente.
En la juventud son los viajes; en la edad madura los negocios sedentarios; en
la vejez un semirretiro en sus tierras. Más todavía que una cuestión de edad se
trata de una cuestión generacional. El padre, creador de la empresa, aun en el
caso de que ya en el inicio dispusiera de cierta fortuna, hace de ella su vida,
a ella consagra su tiempo, sus problemas, su dinero. Los hijos o los nietos,
criados en un ambiente desahogado que por su educación han recibido a la vez el
gusto de la cultura y la sensibilidad por las cosas artísticas, dedican menos
tiempo a los negocios y más a los gastos personales: placeres espirituales y
placeres no tan nobles. Después de los que lo amasan, los que lo disfrutan. Después
de los medievales que únicamente son mercaderes, los mercaderes-artistas.
Modernamente Thomas Mann, en Los Buddenbrook,
ha descrito esta evolución en el marco de una vieja ciudad de la Alemania hanseática,
una evolución que fue frecuente en la Edad Media. Una célebre ilustración de
ello la hallamos en la familia de los Medicis. Desde Cosme hasta Lorenzo, el
dinero que destinan a financiar el Renacimiento florentino se echa en falta en
los negocios de la firma familiar”.
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