En
el ámbito financiero ya no hay legislación sino “regulación”, a la par que se
piden por el supervisor bancario “more European Regulations [Reglamentos, en
español] instead of Directives”, para evitar una transposición en la que cada
jurisdicción suele barrer para casa, debilitando el efecto uniformador, propio
de un mercado único, del Derecho de la Unión Europea, que también es el de los
Estados miembros. Es
decir, todo pasa por la regulación, se tome en sentido amplio o más estrecho.
La
presidenta del Mecanismo Único de Supervisión (MUS), la señora Nouy, viene
prestando gran atención, en sus últimas intervenciones públicas, a la
regulación y a derivaciones de esta como el arbitraje regulatorio.
El
18 de octubre de 2017 ha dictado el discurso “Regulatory and supervisory responses in Europe to the current financial environment”.
En
esta disertación, una vez más, afirma que Europa está saturada de bancos (“overbanked”),
por lo que es preciso abrir un proceso de consolidación —transfronteriza, de
ser posible—.
El
“Informe sobre estructuras financieras”, publicado por el Banco Central Europeo
el 23 de octubre de 2017, muestra que el número de instituciones de crédito en
la eurozona ha menguado un 25% entre 2008 y 2016; a finales de 2016 eran 5.073
las instituciones de esta naturaleza, que un año antes alcanzaron la cifra de 5.474.
En 2016 se cerraron casi 7.000 sucursales bancarias. Pero, para la presidenta
del MUS, esto no es suficiente.
Quizás
se debiera tener en cuenta la opinión de los consumidores. Como ya hemos
expresado en otro momento, “No vemos al pequeño depositante español dando sus
fondos a un banco finés, ni a un sueco solicitar un crédito personal o
hipotecario en un banco de la Toscana” (López Jiménez, J.Mª y Torres Casero,
J.A., “¿Concentraciones bancarias transfronterizas en la Unión Europea?”, Estrategia
Financiera, nº 350, junio de 2017).
Desde
el Bundesbank, Andreas Dombret, por el contrario, en un discurso de 19 de
octubre de 2017 (“Sometimes small is beautiful, and less is more - a Small Banking Box in EU banking regulation”) aboga por la “biodiversidad” en el
ejercicio de la actividad bancaria y plantea si preferimos, en 20 años, que la
economía europea se sustente en 50 bancos —generalmente demasiado grandes para
caer— o en la existencia de varios miles de entidades con muy diversos modelos
de negocio para atender las plurales necesidades de los consumidores.
Podría
ser que una de las causas de esta elevada “mortalidad del sector”, que no para
todos es tan alta, sea la excesiva presión regulatoria.
Pero
desde el Banco Central Europeo, en el discurso mencionado al comienzo, se
señalan aspectos muy razonables que merecen ser tenidos en cuenta. Así, la
señora Nouy admite, con Heráclito, que el sector bancario está cambiando
constantemente: nuevas tecnologías que se desarrollan, nuevos productos y
servicios que se crean, nuevos competidores que entran en el sector como las “Fintech”
y nuevos riegos que emergen.
Por
tanto, es legítimo preguntarse si el código único normativo (“single rulebook”)
ha de adaptarse permanentemente a este intenso discurrir.
La
respuesta es que las reglas se deben definir de modo que permitan la adaptación
al cambio sin la necesaria revisión de su letra: deben ser lo bastante amplias
y estar basadas en principios, coadyuvando a la resiliencia de los bancos y dejando
margen a la aplicación del criterio del supervisor.
Sin
embargo, la tendencia es que las reglas sean cada vez más específicas y
detalladas, para, pretendidamente, cubrir todas las eventualidades, lo que,
afirma la presidenta del MUS, es un fin inalcanzable, que, de materializarse,
afectaría al supervisor y abriría la puerta al arbitraje regulatorio.
La
clave, para Danièle Nouy, con muy buen sentido, descansa en contar con una
regulación sólida y con una buena supervisión, pero, para profundizar sobre
estos aspectos tan esenciales, nos remitimos, en los próximos días, a nuestra
reseña sobre “De buenos banqueros a malos banqueros”, de Aristóbulo de Juan.
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