«Hace
no mucho la Ministra de Trabajo se fue de rositas tras ensalzar la “gran
recuperación” de la economía tras la crisis, y encima se vanaglorió, con el
mayor cinismo, de que “nadie ha sido dejado atrás”. A Báñez le fallan las
neuronas (es la única alternativa al cinismo), y además no se baja nunca de su
coche oficial. Le bastaría pisar la Plaza Mayor de Madrid para ver que todos
sus soportales están tomados por masas de mendigos que duermen y velan dentro
de sus cartones, despidiendo un hedor que nada tiene que envidiar al de Calcuta
en sus peores tiempos. Esa plaza, como otros puntos de la ciudad, son favelas,
cada día más. Y si Gallardón y Botella no tomaron medida alguna, imagínense
Carmena, a quien el escenario tal vez parezca de perlas y “aleccionador” para
los turistas. Báñez se ha olvidado ya de los incontables negocios que debieron
echar el cierre desde 2008, a los que de repente los bancos negaban hasta el
crédito más modesto; de los infinitos parados súbitos del sector de la
construcción y de las empresas afines: gente que llevaba una vida fabricando
grifos, pomos o cañerías se quedó en la ruina y a menudo en la calle; tampoco
va la Ministra a oficinas ni tiendas, en las que verá cómo se ha reducido el
personal brutalmente y cómo quienes conservan el empleo se ven obligados a
hacer jornadas interminables, a multiplicar su tarea por dos o tres, para
paliar esa falta de compañeros de la que los dueños sacan ganancia. Haga
interminable cola en un supermercado y pregúntese por qué hay una sola caja abierta,
en vez de tres o seis; pregunte qué sueldo perciben esos trabajadores que
mantienen su puesto, se enterará de que no están lejos de ser siervos; pregunte
qué tipo de contratos se ofrecen, y verá el abuso del patrono
institucionalizado, y protegido por su Gobierno y por ella. ¿A nadie se ha
dejado atrás? Son millones los que han perdido el empleo, el negocio o aun la
vida, los que han engrosado las filas de la pobreza. Ya no se habla de nada de
esto».
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