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seguiremos publicando simultáneamente en ella y en
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Este
libro se compone de dos ensayos, uno sobre la pimienta, otro sobre la estupidez.
Inicialmente se escribieron para un grupo selecto y reservado de amigos, pero
fue tal su buena acogida que el autor se vio obligado a publicarlos
oficialmente.
La
obra está escrita en tono jovial, pero quizás por eso sea mucho más seria de lo
que a simple vista pudiera parecer. En las palabras que anteceden a los dos
ensayos se afirma que “el humorismo, que consiste en la capacidad de entender,
apreciar y expresar lo cómico, es un don más bien escaso entre los seres
humanos”.
Esta
referencia nos conduce directamente a la obra de otro célebre italiano, Umberto
Eco, a su personaje Jorge de Burgos y al poder liberador o demoniaco de la
risa. Evidentemente, nos referimos a “El nombre de la rosa”.
El
humorismo implica, a diferencia de la ironía, reír con los demás, no de los
demás. El humorismo es un lubricante que facilita las relaciones humanas.
“Tengo
la profunda convicción de que siempre que se presente la ocasión de practicar
el humorismo es un deber social impedir que tal ocasión se pierda”, opina
Cipolla.
El papel de las especias (y el de la
pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media
Según
un sociólogo norteamericano que Cipolla no identifica nominalmente, la
decadencia de Roma se debió al progresivo envenenamiento por plomo de la clase
aristocrática romana. Esta “aristotanasia” provocó la desaparición de las
figuras más autorizadas del pensamiento y de la cultura, y que los bárbaros no pudieran
ser detenidos, lo que llevó a Rufino a preguntarse: “¿Cómo se pueden tener
ánimos para escribir, cuando estás rodeado de armas enemigas y a tu alrededor
no ves más que ciudades y campos devastados?”.
En
los primeros siglos de la Edad Media, conocidos como “siglos oscuros” (“dark
ages” en inglés), la sociedad se organizó en tres estamentos: los que
combatían, los que oraban y los que trabajaban. Fue entonces cuando las rutas
comerciales con Oriente sirvieron para que la pimienta llegase a Europa, aunque
esta especia siempre fue un bien escaso.
La
pimienta es un potente afrodisíaco, por lo que su escasez no ayudó a los deprimidos
europeos a compensar las pérdidas de vidas causadas por los nobles locales, los
guerreros escandinavos, los invasores húngaros y los piratas árabes: solo los
tontos podían contemplar el futuro con optimismo.
El
nuevo milenio (el año 1000) comenzó con un giro inesperado cuando el obispo de
Bremen y Pedro el Ermitaño incitaron a los europeos a ejercer su violencia
contra los no europeos en lugar de hacerlo contra ellos mismos. Pedro ideó un
gran plan: promover una cruzada para liberar la Tierra Santa de la opresión
musulmana, abrir las vías comerciales con Oriente y, por lo tanto, reabastecer
Europa de pimienta de un modo regular.
Fue
en esos años cuando nació Venecia; dado que en los pantanos donde se refugió la
población no se podía arar, ni sembrar ni vendimiar, los venecianos debieron
dedicarse, forzosamente, al comercio.
Según
un economista anglosajón tampoco citado por Cipolla: “Los ingenuos cruzados se
encontraron envueltos en una red de intereses comerciales que poco o nada
entendían. Durante las tres primeras cruzadas los venecianos, que les habían
proporcionado las naves, les engañaron descaradamente igual que un mercader sin
escrúpulos engaña en el mercado al tonto del pueblo”.
Los
italianos se adueñaron del comercio y obtuvieron beneficios monopolísticos
notables: «Si lo hubieran hecho los holandeses, los alemanes o los ingleses,
habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de
ética protestante y encomiables campeones del protocapitalismo. Tratándose tan
sólo de italianos, fueron definidos como ejemplos deplorables de “avidez” y de “falta
de escrúpulos comerciales”».
El
aumento del consumo de pimienta incrementó el vigor en los hombres y la
invención del cinturón de castidad, por lo que no es de extrañar la creciente
frecuencia de los apellidos “Smith” en Inglaterra, “Schmidt” en Alemania, “Ferrari”,
“Ferrario”, “Ferrero” o “Fabbri” en Italia” o “Favre”, “Febvre” o “Lefevre” en
Francia.
No
estropeándose la pimienta por el paso del tiempo y dada la facilidad para
venderla, lo que la dotaba de liquidez, comenzó a utilizarse como elemento de
intercambio, por lo que los mercaderes se convirtieron en banqueros y
practicaron la usura tanto con los pobres como con los ricos.
(Aquí para leer
nuestro artículo “Mercaderes-banqueros en la época de Miguel de Cervantes”,
eXtoikos, nº especial dedicado a Cervantes, 2016).
Para
calmar su conciencia los mercaderes destinaron notables sumas a actos de
caridad y a donaciones a la Iglesia para erigir iglesias, catedrales y
monasterios.
El
relato finaliza con una cita a la bancarrota de Inglaterra a mediados del siglo
XIV, en los años del rey Eduardo, que se endeudó para hacer la guerra, lo que
llevó a la ruina a los banqueros florentinos, que abandonaron el comercio y la
banca y se dedicaron a la pintura, la cultura y la poesía, dando comienzo el Renacimiento.
Las leyes fundamentales de la estupidez
humana
Primera
Ley Fundamental: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el
número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
Personas
que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan
después, de repente, como estúpidas.
Día
tras día vemos cómo entorpecen nuestra actividad individuos obstinadamente
estúpidos, que parecen de improviso e inesperadamente en los lugares y momentos
menos oportunos.
Segunda
Ley Fundamental: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es
independiente de cualquier otra característica de la misma persona.
Cipolla
afirma que tiene la convicción de que los hombres no son iguales, de que
algunos son estúpidos y otros no lo son, y que la diferencia no la determinan
fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable
Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello
rubio.
Tras
determinados estudios en los que ahora no nos vamos a detener, se ha constatado
que incluso una fracción de los premios Nobel está constituida por estúpidos.
Tercera
Ley Fundamental (ley de oro): Una persona estúpida es una persona que causa
daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un
provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
A
veces, el estúpido puede causar un daño devastador, afectando a comunidades o
sociedades enteras. Algunas personas heredan una dosis considerable del gen de
la estupidez y gracias a ello pertenecen, desde la misma cuna, a la elite de
este grupo. Otros son potencialmente estúpidos por su posición de poder o
autoridad en la sociedad. Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de
Estado se encuentra el más exquisito porcentaje de individuos fundamentalmente
estúpidos, cuya capacidad para hacer daño al prójimo es peligrosamente
potenciada por la posición de poder que han ocupado u ocupan. En el seno de una
sociedad democrática, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia
para asegurar el mantenimiento estable de esta fracción de estúpidos entre los
poderosos.
Por
otra parte, frente a un individuo estúpido uno siempre está desarmado, pues sus
acciones no se ajustan a las reglas de la racionalidad, luego sus ataques nos
cogen por sorpresa, y, aunque se puedan anticipar, no cabrá una defensa
racional ante un ataque irracional. El estúpido no sabe que es estúpido, luego
las dificultades se multiplican.
Cuarta
Ley Fundamental: Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder nocivo
de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan
constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia,
tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como
un costosísimo error.
Quinta
Ley Fundamental: La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que
existe. El estúpido es más peligroso que el malvado (principio que, por cierto, mi padre
me enseñó hace años con una formulación muy similar: los malos descansan, los
tontos, no, luego estos son más peligrosos que aquellos).
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