El
consenso económico neoliberal (o «consenso de Washington») se refiere a «la organización
de la economía global (con sus sistemas de producción, sus mercados de productos
y servicios y sus mercados financieros) y promueve la liberalización de los mercados,
la desregulación, la privatización, el minimalismo estatal, el control de la inflación,
la primacía de las exportaciones, el recorte del gasto social, la reducción del
déficit público y la concentración del poder mercantil en las grandes empresas
multinacionales y del poder financiero en los grandes bancos transnacionales» [De
Sousa Santos, B. (2011), «Reinventar la
democracia. Reinventar el Estado», Sequitur, 2ª ed., 2ª reimp.]. Este
pretendido orden se enlaza con la subordinación de los Estados a determinadas agencias
multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización
Mundial del Comercio.
Este
ambiente es propicio para que los grandes fondos de inversión («hedge funds») puedan
imponer determinadas restricciones a los Estados como paso previo a su
desembarco, con la paradoja que es un ente privado el que doblega al poderoso
leviatán soñado por Hobbes o Bodino.
Thomas
Friedman, columnista del «New York Times» llama a estas restricciones «the
Golden Straitjacket» [cit. en Naím, M. (2014), «The End of Power», Basic Books,
págs. 101 y 102):
«To
fit into the Golden Straitjacket a country must either adopt, or be seen as
moving toward, the following golden rules: making the private sector the
primary engine of its economic growth, maintaining a low rate of inflation and price
stability, shrinking the size of its state bureaucracy, maintaining as close to
a balanced budget as posible, if not a surplus, eliminating and lowering
tariffs on imported goods, removing restrictions on foreign investment, getting
rid of quotas and domestic monopolies, increasing exports, privatizing
state-owned industries and utilities, deregulating capital markets, making its
currency convertible, opening its industries, stock and bond markets to direct
foreing ownerhip and investment, deregulating its economy to promote as much
domestic competition as possible, eliminating government corruption, subsidies
and kickbacks as much as possible, opening its banking and telecommunications
systems to private ownership and competition and allowing its citizens to
choose from an array of competing pension options and foreing-run pension mutual
funds. When you stitch all of these pieces together you have the Golden
Straitjacket. […] As your country puts on the Golden Straitjacket, two things
tend to happen: your economy grows and your politics shrinks. That is, on the
economic front the Golden Straitjacket usually fosters more growth and higher
average incomes —through more trade, foreign investment, privatization and more
efficient use of resources under the pressure of global competition. But on
the political front, the Golden Straitjacket narrows the political and economic
policy choices of those in power to relatively tight parameters. […] Governments
—be they led by Democrats or Republicans, Conservatives or Labourites,
Gaullists os Socialists, Christian Democrats or Social Democrats— that deviate too
far from the core rules will see their investors stampede away, interest rates
rise and stock market valuations fall».
En
esta senda de pensamiento, aunque con un enfoque mucho más amplio en el que
ahora no nos vamos a detener, se mueve la sugerente obra de Hernando de Soto «El
misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en
el resto del mundo» (2000) (en el nº 18 de Extoikos, a lo largo de 2016, se
publicará mi comentario a este libro).
La
tesis principal de De Soto es que el capitalismo no debiera ser privativo de
Occidente, sino que, con la debida metodología, se podría extender a otras
zonas del planeta, movilizando recursos ociosos y «durmientes» en beneficio de
los más desfavorecidos y, por añadidura, del conjunto social. El capitalismo
(que se puede identificar con Occidente) necesita para su pervivencia la
estabilidad del conjunto de los países menos desarrollados que le rodean, lo
que ha llevado a los líderes norteamericanos y europeos a aconsejar a los
países emergentes que estabilicen sus divisas, admitan el libre comercio,
privaticen las empresas públicas, impongan la transparencia en el sector
bancario, contengan las protestas sociales y aguarden con paciencia, como punto
de llegada, el retorno de los inversores internacionales. Las reacciones
adversas al capitalismo no se han hecho esperar, tanto en los países más pobres
como, cada vez más, dentro de las sociedades avanzadas.
En
la discusión abierta desde hace décadas, lo sorprendente ha sido un breve «paper»
escrito por Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri, todos ellos
integrantes del Fondo Monetario Internacional, institución que, como hemos
mostrado, se identifica con la aplicación de medidas de corte neoliberal, en el
que se ponen en entredicho algunas pretendidas bondades de la agenda
neoliberal.
El
artículo en cuestión se titula «Neoliberalism: Oversold?», y ha sido publicado
en el número de junio de 2016 de la revista «Finance & Development».
Según
este artículo, el neoliberamismo descansa en el incremento de la competencia y
en la jibarización del Estado. Se admite que hay aspectos positivos, desde
luego, en la agenda neoliberal, como la expansión del comercio internacional,
que ha servido para rescatar a millones de personas de la pobreza, o el fomento
de la inversión extranjera, que ha sido un instrumento para transferir
tecnología y «know-how» a los países en desarrollo. La privatización de
empresas públicas ha conllevado una prestación más eficiente de ciertos
servicios y la reducción de la carga fiscal de los Estados.
Sin
embargo, se detectan dos ámbitos que pueden acarrear más efectos negativos que
favorables sin el debido control: la supresión de las restricciones al libre movimiento
de capitales más allá de las propias fronteras, y las medidas de consolidación
fiscal (austeridad, en lenguaje más llano).
Estos
tres autores concluyen que «los beneficios de algunas políticas que son parte
importante de la agenda neoliberal podrían haber resultado sobrevalorados», así
como que «la evidencia del daño económico derivado de la mayor desigualdad sugiere
que los decisores políticos deberían estar más abiertos a la redistribución de
lo que actualmente están».
Se
agradece este ejercicio de autocrítica que arduamente habría sido realizado,
creemos, desde el seno de otras ideologías que han quedado relegadas a la
Historia.
Es probable que a través del neoliberalismo se esté socavando la soberanía de las naciones occidentales, dejándolas inermes ante los grandes poderes económicos
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