«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

martes, 28 de junio de 2016

Brexit: pain in our minds and souls… and in our pockets

Los británicos, si es que se puede reducir a un denominador común a los ciudadanos de una forma de organización política con pasado colonial y con diversas regiones bien diferenciadas que la componen, son como esos primos que vemos un par de veces al año, algo extraños, huraños a veces, pero que no dudamos que son parte de la familia.

Ha pasado tiempo suficiente como para haber asimilado el resultado del referéndum del 23 de junio, pero una fuerza en nuestro interior se resiste a creer que el Reino Unido vaya a emprender una carrera en solitario, separado de los restantes 27 Estados integrantes de la Unión Europea, con muchos de los cuales ha mantenido una relación histórica mucho más que centenaria.

Históricamente, la isla comenzó a converger con Europa, al margen de otros contactos más esporádicos, con Julio César. El emperador que disfrutó en mayor grado del esplendor romano, Hadriano, mandó construir el muro que lleva su nombre para separar la parte de la isla bajo control romano de los irreductibles habitantes del norte (todavía se discute si el propósito del Muro de Hadriano era defensivo o de control del tránsito de mercancías). 

Los sucesores de los «bárbaros del norte», los escoceses, son, entre otros, los que demandan que no se alcen barreras y que su región continúe formando parte de la Unión Europea. Ya no sabemos si la barbarie está al norte del Muro o al sur.

En el fondo, y quizás no tan en el fondo, en la decisión mayoritaria hay un profundo desprecio hacia Europa y hacia los europeos. Aun así, creo que muchos estaríamos dispuestos a perdonar esa soberbia, con tal de subsanar un error histórico como el que se acaba de cometer. 

Es posible que los tercermundistas acontecimientos recientemente vividos en Calais hayan terminado de desinformar a una población que, a pesar de la cercanía con el continente y de los medios tecnológicos, no está lo suficientemente instruida como para entender la complejidad del continente y del entorno circundante, y la del planeta en general. Como ocurrió en los días previos al 6 de junio de 1944, esta vez desde la otra parte del Paso, es evidente que Calais es una pista falsa, y que los peligros acechan, efectivamente, pero por otros lugares.

No vamos ahora a detenernos ni en la torpeza del premier Cameron, ni en el valor político y jurídico de los referéndums en el siglo XXI (valga, según el diccionario de la RAE, el significado del gerundio del verbo «referre»: «lo que ha de ser consultado»), ni en la conveniencia de alcanzar determinados quorum y mayorías cualificadas, ni en la necesidad de ponderar en Estados complejos —si aplicamos la terminología de nuestro Tribunal Constitucional— la opinión de «partes singulares» del territorio, como pueden ser ciertas regiones con características históricas bien definidas (Irlanda del Norte y Escocia), o de ciudades con gran potencial económico (Londres).  

El Presidente del Consejo, Donald Tusk, ha reconocido la seriedad e incluso el carácter dramático de los acontecimientos, así como que el momento es histórico pero no admite reacciones histéricas («Press statement by President Donald Tusk on the outcome of the referendum in the UK», 24 June 2016). 

Ciertamente, como ha escrito Manuel Conthe en su blog («Brexit: ¡EEE! Tampoco exageremos», 24 de junio de 2016), el Reino Unido no es miembro del euro, ni de Schengen, ni asume el principio de alcanzar «una relación cada vez más estrecha», lo que no es óbice para que resulte inconcebible que el Reino Unido deje de ser parte del Mercado Único, pues ese resultado no interesaría a nadie.

George Soros («El Brexit y el futuro de Europa», Project Syndicate, 25 de junio de 2016), que traza un panorama más sombrío y apocalíptico («la desintegración de la UE es prácticamente irreversible»), considera, en la línea mostrada anteriormente, que Gran Bretaña tenía con la Unión Europea el mejor de los arreglos posibles: «era miembro del mercado común sin pertenecer al euro y había conseguido otras exenciones a las reglas de la UE»). Más allá de la economía, Soros se adentra, y compartimos su análisis, en el territorio de la política y de la seguridad y la defensa, cuando concluye que Turquía y Rusia están sacando provecho de la discordia.

Soros tiene razón: Europa se ha escrito durante los últimos 40 años para tratar de contentar a los británicos, con resultados insatisfactorios para ellos y para el resto de los socios. Basta con leer el documento del Consejo Europeo «Un nuevo régimen para el Reino Unido en la Unión Europea. Extracto de las conclusiones del Consejo Europeo de 18 y 19 de febrero de 2016» (DOUE de 23 de febrero de 2016). Estas conclusiones ya no regirán, pero dibujan lo que habría sido la UE de haber continuado el Reino Unido: una Europa de excepciones y exenciones, de baja intensidad, sometida a la soberanía nacional (y no al contrario), en la que la insuficiente unión política, económica, monetaria e incluso bancaria no sería óbice para la reversión del proceso de construcción europea o para la plena vigencia, contradictoriamente, de la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales (pero no así de los derechos sociales y de la solidaridad entre territorios). 

Sin embargo, sin quemar puente alguno, el mensaje debe ser, dentro de lo posible, de firmeza y contundencia, pues, de lo contrario, este paso podría ser el primero de una serie que llevara a la disolución de la Unión (algo impensable, hace no más de unos días). La seriedad y dramatismo a los que ha apelado Donald Tusk no permiten que el pleno beneficio de los privilegios inherentes a la condición de socio sea graduable, en cuanto a las contrapartidas, deberes y cargas, a voluntad de cada Estado miembro. No cabe apelar a la célebre teoría marxista (de Groucho): «Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros». 

Una Unión Europea sin el Reino Unido es, sin duda, más débil, pero más débil sería todavía si el número de los descontentos supusiera una mella mayor. Los retos de toda índole son enormes, y cuantos más sean los Estados sostenedores de la cultura europea, con sus valores y principios, más resistente será esta. 

La marcha atrás ha comenzado para la efectividad de un artículo del Tratado de la Unión Europea, el 50, que de la retórica pasará al ámbito de la realidad: «Todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión». 

Ojalá nos equivoquemos, pero hay veces en las que ejercer la libertad termina conduciendo a la esclavitud.

domingo, 19 de junio de 2016

Las cuentas de pago: entre la ignorancia y el olvido

Leemos en El País de 19 de junio de 2016 (suplemento «Ideas», pág. 7) lo siguiente:

«Starbucks es un banco. La famosa cadena de cafeterías se ha convertido en una especie de entidad financiera. The Wall Street Journal ha analizado dónde guardan el dinero los estadounidenses y ha descubierto que los clientes de Starbucks tienen 1.200 millones de dólares depositados en tarjetas de prepago de la empresa y su aplicación móvil, con las que se pueden comprar sus productos».

Es difícil encontrar más inexactitudes en menos espacio: se confunde la función de almacén de valor con la de medio de pago, el ahorro con la disponibilidad para el gasto, a una entidad de servicios de pago con un banco, a un depósito con una tarjeta de prepago...

Sintéticamente, conforme a la normativa española, «Los  fondos  recibidos  por  dichas  entidades  [de pago] de  los  usuarios  de  servicios  de pago  para  la  prestación  de  servicios  de  pago  no  constituirán  depósitos  u  otros  fondos reembolsables».

Para más detalle, nos remitimos a nuestro artículo publicado en la Revista de Derecho del Mercado Financiero en febrero de 2014: «Las cuentas de pago: entre la ignorancia y el olvido».

sábado, 18 de junio de 2016

El neoliberalismo: ¿sobrevalorado?

«Enriquecerse es glorioso», Deng Xiaoping

El consenso económico neoliberal (o «consenso de Washington») se refiere a «la organización de la economía global (con sus sistemas de producción, sus mercados de productos y servicios y sus mercados financieros) y promueve la liberalización de los mercados, la desregulación, la privatización, el minimalismo estatal, el control de la inflación, la primacía de las exportaciones, el recorte del gasto social, la reducción del déficit público y la concentración del poder mercantil en las grandes empresas multinacionales y del poder financiero en los grandes bancos transnacionales» [De Sousa Santos, B. (2011), «Reinventar  la democracia. Reinventar el Estado», Sequitur, 2ª ed., 2ª reimp.]. Este pretendido orden se enlaza con la subordinación de los Estados a determinadas agencias multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.

Este ambiente es propicio para que los grandes fondos de inversión («hedge funds») puedan imponer determinadas restricciones a los Estados como paso previo a su desembarco, con la paradoja que es un ente privado el que doblega al poderoso leviatán soñado por Hobbes o Bodino.

Thomas Friedman, columnista del «New York Times» llama a estas restricciones «the Golden Straitjacket» [cit. en Naím, M. (2014), «The End of Power», Basic Books, págs. 101 y 102):

«To fit into the Golden Straitjacket a country must either adopt, or be seen as moving toward, the following golden rules: making the private sector the primary engine of its economic growth, maintaining a low rate of inflation and price stability, shrinking the size of its state bureaucracy, maintaining as close to a balanced budget as posible, if not a surplus, eliminating and lowering tariffs on imported goods, removing restrictions on foreign investment, getting rid of quotas and domestic monopolies, increasing exports, privatizing state-owned industries and utilities, deregulating capital markets, making its currency convertible, opening its industries, stock and bond markets to direct foreing ownerhip and investment, deregulating its economy to promote as much domestic competition as possible, eliminating government corruption, subsidies and kickbacks as much as possible, opening its banking and telecommunications systems to private ownership and competition and allowing its citizens to choose from an array of competing pension options and foreing-run pension mutual funds. When you stitch all of these pieces together you have the Golden Straitjacket. […] As your country puts on the Golden Straitjacket, two things tend to happen: your economy grows and your politics shrinks. That is, on the economic front the Golden Straitjacket usually fosters more growth and higher average incomes —through more trade, foreign investment, privatization and more efficient use of resources under the pressure of global competition. But on the political front, the Golden Straitjacket narrows the political and economic policy choices of those in power to relatively tight parameters. […] Governments —be they led by Democrats or Republicans, Conservatives or Labourites, Gaullists os Socialists, Christian Democrats or Social Democrats— that deviate too far from the core rules will see their investors stampede away, interest rates rise and stock market valuations fall».

En esta senda de pensamiento, aunque con un enfoque mucho más amplio en el que ahora no nos vamos a detener, se mueve la sugerente obra de Hernando de Soto «El misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo» (2000) (en el nº 18 de Extoikos, a lo largo de 2016, se publicará mi comentario a este libro).

La tesis principal de De Soto es que el capitalismo no debiera ser privativo de Occidente, sino que, con la debida metodología, se podría extender a otras zonas del planeta, movilizando recursos ociosos y «durmientes» en beneficio de los más desfavorecidos y, por añadidura, del conjunto social. El capitalismo (que se puede identificar con Occidente) necesita para su pervivencia la estabilidad del conjunto de los países menos desarrollados que le rodean, lo que ha llevado a los líderes norteamericanos y europeos a aconsejar a los países emergentes que estabilicen sus divisas, admitan el libre comercio, privaticen las empresas públicas, impongan la transparencia en el sector bancario, contengan las protestas sociales y aguarden con paciencia, como punto de llegada, el retorno de los inversores internacionales. Las reacciones adversas al capitalismo no se han hecho esperar, tanto en los países más pobres como, cada vez más, dentro de las sociedades avanzadas.

En la discusión abierta desde hace décadas, lo sorprendente ha sido un breve «paper» escrito por Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri, todos ellos integrantes del Fondo Monetario Internacional, institución que, como hemos mostrado, se identifica con la aplicación de medidas de corte neoliberal, en el que se ponen en entredicho algunas pretendidas bondades de la agenda neoliberal.

El artículo en cuestión se titula «Neoliberalism: Oversold?», y ha sido publicado en el número de junio de 2016 de la revista «Finance & Development».

Según este artículo, el neoliberamismo descansa en el incremento de la competencia y en la jibarización del Estado. Se admite que hay aspectos positivos, desde luego, en la agenda neoliberal, como la expansión del comercio internacional, que ha servido para rescatar a millones de personas de la pobreza, o el fomento de la inversión extranjera, que ha sido un instrumento para transferir tecnología y «know-how» a los países en desarrollo. La privatización de empresas públicas ha conllevado una prestación más eficiente de ciertos servicios y la reducción de la carga fiscal de los Estados.

Sin embargo, se detectan dos ámbitos que pueden acarrear más efectos negativos que favorables sin el debido control: la supresión de las restricciones al libre movimiento de capitales más allá de las propias fronteras, y las medidas de consolidación fiscal (austeridad, en lenguaje más llano).

Estos tres autores concluyen que «los beneficios de algunas políticas que son parte importante de la agenda neoliberal podrían haber resultado sobrevalorados», así como que «la evidencia del daño económico derivado de la mayor desigualdad sugiere que los decisores políticos deberían estar más abiertos a la redistribución de lo que actualmente están».

Se agradece este ejercicio de autocrítica que arduamente habría sido realizado, creemos, desde el seno de otras ideologías que han quedado relegadas a la Historia.

sábado, 11 de junio de 2016

Educación financiera impartida por las entidades financieras y prevención del conflicto de interés


El 1 de junio de 2016 ha entrado en vigor el “Código de Buenas Prácticas para las Iniciativas en Educación Financiera”, auspiciado, en el marco del Plan de Educación Financiera, por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, el Banco de España y la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones.

Se trata de un código de buenas prácticas, lo que denota el carácter blando o de mera recomendación, no de normas de ordenación cuyo quebrantamiento pueda acarrear consecuencias para el infractor. Es decir, las entidades que ofrezcan educación financiera conforme a los cánones marcados en el Código se presume que ganarán prestigio y notoriedad, mientras que las que se separen de él quedarán relegadas a un segundo plano. Ni más ni menos.

El consenso generalizado en cuanto a la necesidad de educar financieramente a los particulares y al contenido básico de las enseñanzas quiebra, sin embargo, en algunos supuestos. Específicamente, nos referimos a la situación bifronte en la que se pueden encontrar las instituciones financieras que participan en la elaboración o ejecución de acciones de educación financiera y, a la vez, proveen servicios financieros (López Jiménez, 2015).

Por ejemplo, de un lado, el principio “X. Educación financiera”, del influyente “Decálogo para el cambio de cultura bancaria” (Revista de Derecho del Mercado Financiero, 2015) establece, cautelosamente, que “la educación financiera se debe impartir en los colegios al margen de la industria bancaria”.

De otro lado, conforme a la exposición de motivos del “Código de Buenas Prácticas para las Iniciativas en Educación Financiera”, de acuerdo con los principios establecidos por la OCDE aplicables a las iniciativas de educación financiera, “la implicación de entidades pertenecientes al sector privado en la educación financiera conlleva multitud de ventajas dado el conocimiento de la materia que éstas tienen y los recursos de los que disponen para llegar a grandes grupos de población. La participación de dichas entidades contribuye significativamente al enriquecimiento de las iniciativas y materiales relacionados con la educación financiera. No obstante, su participación debe ser equitativa e imparcial de manera que se evite la eventual consideración de la educación financiera como una actividad comercial destinada a la captación de clientes o la orientación de ésta a los clientes considerados más rentables”.

Por tanto, la postura oficial respaldada por los tres supervisores financieros españoles mencionados, con apoyo en la OCDE, presupone que la implicación del propio sector, con los debidos contrapesos, puede ser valiosa, lo que, como hemos mostrado, no es un parecer unánime.

Una de las mayores preocupaciones del Código es la de prevenir conflictos de interés, y, en especial, que las entidades del sector financiero se valgan de la educación financiera con fines comerciales. Por ello, siguiendo las recomendaciones de la OCDE, se considera pertinente ofrecer a las entidades implicadas algunas pautas de actuación a través de un código de conducta al que se pueden adherir.

Compartimos absolutamente la incompatibilidad de la educación financiera y los propósitos comerciales: “el mercantilismo y la educación financiera son como el agua y el aceite: ni  se deben ni se pueden mezclar” (López Jiménez, 2015).

El Código de Buenas Prácticas, tras definir qué es la educación financiera, qué son las iniciativas de educación financiera y qué entidades pueden ofrecer este tipo de educación (los “proveedores de educación financiera”) se centra en la prevención del conflicto.

Los proveedores de educación financiera no utilizarán las acciones formativas como acciones de “marketing” o de publicidad con fines comerciales. La información será objetiva, imparcial y libre de prejuicios (principio de imparcialidad) y clara, veraz, precisa, completa y actualizada en relación con los temas sobre los que verse (principio de exactitud). No se podrá promover los productos o servicios propios ni criticar a los competidores. Las iniciativas de educación financiera proporcionarán información transparente sobre las materias abarcadas, que ofrezca una visión global y no sesgada (principio de transparencia). 

A partir de estos principios informadores se presta atención a los objetivos de las iniciativas, al uso del lenguaje, a los contenidos, a la expresa identificación de la educación financiera como tal, a la autonomía de la formación respecto a la publicidad comercial, a la posible colaboración con centros docentes, al uso de los logos o marcas de las entidades que impartan la formación, al perfil de los formadores —que también habrán de respetar los principios del Código de Buenas Prácticas—, al uso de la marca “Finanzas para Todos” —que acaso sea excesivamente restrictivo—, y a la evaluación periódica por las entidades que ofrezcan formación de sus propias iniciativas.

El “Código de Buenas Prácticas para las Iniciativas en Educación Financiera” no es un punto de llegada sino un punto de partida. Se posiciona incluyendo en el perímetro de la educación financiera activa al propio sector financiero, quizá demasiado pronto, a la vista de la experiencia reciente en nuestro país y en otros de su entorno. Sin embargo, creemos que cualquier iniciativa debe contar con el sector, entre otros actores, como paso previo para que la protección dispensada a los usuarios de servicios financieros sea efectiva. La confianza de la clientela se recuperará no sólo con acciones formativas, sino, sobre todo, demostrando en el día a día que las entidades financieras son dignas de ella.

Referencias bibliográficas



Revista de Derecho del Mercado Financiero (2015): “Decálogo para el cambio de cultura bancaria”, 6 de diciembre.

domingo, 5 de junio de 2016

Debate ideológico: ni tan nuevo ni tan superado

«Alemania ha perdido la guerra, pero aún conserva la posibilidad de decidir frente a quién perder», Joachim von Ribbentrop

(Citado en Beevor, A., «Berlín. La caída: 1945», Crítica, S.L., 1ª ed., 6ª impresión, 2015, pág. 309).

La obra escrita de Winston Churchill, fruto de una experiencia vital como pocas, merece ser conocida. En su relato de la Segunda Guerra Mundial («La Segunda Guerra Mundial (II)», La Esfera de los Libros, 3ª ed., 2008, págs. 803-805) se transcribe el telegrama remitido en 1945 al recién nombrado presidente Truman, que bien podría haberse llamado «el telegrama del telón de acero»:

«Estoy muy preocupado por la situación europea. Sé que la mitad de la Fuerza Aérea estadounidense que había en Europa ya ha comenzado a dirigirse hacia el frente del Pacífico. Los periódicos hablan mucho de los grandes desplazamientos de los ejércitos estadounidenses que salen de Europa. Es probable que también nuestros ejércitos, siguiendo lo acordado previamente, experimenten una notoria reducción. Seguro que se marcha el ejército canadiense. Los franceses están débiles y es difícil tratar con ellos. Es evidente que dentro de muy poco tiempo la fuerza de nuestras armas en el continente habrá desaparecido a excepción de unas fuerzas moderadas para contener a Alemania.

Mientras tanto, ¿qué va a ocurrir con Rusia? Siempre he apoyado la amistad con Rusia pero, igual que a usted, me preocupa mucho su distorsión de las decisiones de Yalta, su actitud con respecto a Polonia, su abrumadora influencia en los Balcanes, exceptuando Grecia, las dificultades que plantean acerca de Viena, la combinación del potencial ruso y los territorios que están bajo su control u ocupados por ellos, todo esto unido a la táctica comunista en tantos otros países y, sobre todo, su capacidad para mantener sobre el terreno ejércitos muy numerosos durante mucho tiempo. ¿Cuál será su posición dentro de un año o dos cuando el ejército británico y el estadounidense se hayan disuelto y el francés no se haya formado todavía a gran escala, cuando tengamos un puñado de divisiones, en su mayoría francesas, y cuando Rusia decida mantener doscientas o trescientas en servicio activo?

Bajan un telón de acero sobre el frente. No sabemos lo que ocurre detrás. No parece caber duda de que todas las regiones situadas al este de la línea Lübeck-Trieste-Corfú pronto estarán totalmente en sus manos, a lo que debemos añadir otra extensión enorme, conquistada por los ejércitos estadounidenses, entre Eisenach y el Elba, que supongo será ocupada por las fuerzas rusas dentro de pocas semanas cuando se retiren los estadounidenses. El general Eisenhower tendrá que tomar medidas de todo tipo para evitar otra inmensa huida hacia el oeste de la población alemana a medida que se produzca este enorme avance moscovita hacia el centro de Europa. Entonces el telón volverá a descender en gran medida, aunque no del todo. De este modo, una ancha franja de muchos cientos de kilómetros de territorio ocupado por los rusos nos separará de Polonia.

Mientras tanto nuestros pueblos estarán distraídos, castigando a Alemania, que está en ruinas y abatida; a su vez, dentro de muy poco tiempo, Rusia tendrá la posibilidad de avanzar, si así lo desea, hasta las aguas del mar del Norte y el Atlántico.

Sin duda, ahora es fundamental llegar a un acuerdo con Rusia o averiguar en qué posición estamos con respecto a ella antes de debilitar mucho nuestros ejércitos o de retirarnos a las zonas de ocupación. La única manera de hacerlo es mediante una entrevista personal. Le agradecería mucho su opinión y su consejo. Sin duda podemos asumir la postura de que el comportamiento de Rusia será impecable, lo que evidentemente nos brinda la solución más conveniente. Resumiendo, me parece que esta cuestión de un acuerdo con Rusia antes de que desaparezca nuestra fuerza eclipsa a todas las demás».

En este impresionante escrito de Churchill encontramos la acuñación y descripción geográfica del telón de acero, o las coordenadas precisas para la creación de la OTAN, entre otras muchas claves dispersas entre líneas.

Sin que nadie lo esperara, no fue necesaria la fuerza para que en 1989 se derrumbara el telón de acero, con la simbólica caída del «Muro de Berlín», y, apenas un lustro más tarde se produjera la desintegración de la URSS.

Por una parte, la integración de las dos «Alemanias» ha sido decisiva para unión de Europa. Helmut Kohl, canciller de la RFA y personaje clave en aquellos años de fin de siglo, lo tiene claro: «una Europa unida es para todos nosotros una cuestión de supervivencia» (entrevista en El País, 9 de noviembre de 2014).

Por otra, el célebre Francis Fukuyama sugirió el triunfo de Occidente, de la «idea» occidental, puesto de manifiesto con «el agotamiento total de alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental» (Fukuyama, F., «¿El fin de la Historia? y otros ensayos», presentación y selección de García-Morán Escobedo, J., Alianza Editorial, 2015, págs. 56-57). Ahora bien, esta victoria «se ha producido principalmente en la esfera de las ideas o de la conciencia, y aún es incompleta en el mundo real o material». 

Sin embargo, esto ha supuesto que, careciendo de rival ideológico, el modelo vencedor, con sus ramificaciones capitalista y de libre comercio y de capitales, se ha convertido en monista, sin tener un modelo opuesto que le sirva de contrapeso. 

La última etapa de expansión del capitalismo occidental, en la que las grandes corporaciones han sido un instrumento fundamental, se inició a mediados de los años 90 del pasado siglo, justo a continuación del derrumbe de la URSS y del sistema que propugnaba, y se detuvo súbitamente entre 2007 y 2008 (esta idea la reflejamos en nuestra reseña de «Dos conceptos de libertad y otros escritos» de Isaiah Berlin, en Extoikos, nº 9, 2013, págs. 101-106).

Este argumento lo hemos encontrado, más recientemente, en un opúsculo de José L. Sampedro («El mercado y la globalización», Editorial Planeta, S.A., 1ª ed., 3ª reimp., 2014, págs. 80 y 81) (aunque no compartimos cierta visión «buenista» del extinto modelo comunista):

«Dicho de otro modo: el liberalismo político implica un planteamiento global de la vida colectiva y se manifiesta en todos sus aspectos (éticos, educativos jurídicos, etc.), pero al aplicar el principio liberal solamente a lo económico se cae en un reduccionismo que entroniza los mecanismos e intereses capitalistas como constitución fundamental de la sociedad, pasando lo demás a depender de ese fundamento. Contra esa dependencia, instaurada en favor del poder burgués, se alzaron las luchas sociales del siglo XIX, que arrancaron algunas concesiones en forma de legislación social, y, ya en el siglo XX, la potencia política y militar de la Unión Soviética refrenó los abusos del poder económico. Así, a los dos fenómenos propiciadores de la globalización en nuestro tiempo (la informática y la desregulación) se ha sumado un nuevo factor: el desplome de la potencia comunista que ha dejado libre el paso a la expansión mundial del poder financiero y especulador».

El acervo histórico y cultural propio de Europa, y el de síntesis ideológica tras un más que doloroso, brutal y sangriento siglo XX, han permitido llegar a cotas de bienestar material para la práctica totalidad de la población del continente inimaginables hace algunas décadas. Quedan cuestiones por resolver, algunas cruciales, pero nuestros Estados del Bienestar, a pesar de sus contradicciones, merecen ser preservados y ser el punto de partida de posteriores desarrollos —necesarios, como es obvio—.

En la visión occidental, la Historia se concibe como lineal, pero avances y retrocesos como los que se ponen de manifiesto en nuestros días nos sugieren más bien la necesidad de recurrir, otra vez, al argumento del «eterno retorno», y a plantear nuevas respuestas para preguntas que pensamos que ya estaban respondidas.

Ulrich Beck escribió hace años, en 2002, sobre la sociedad del riesgo global, y sobre cómo en las décadas venideras nos enfrentaremos a profundas contradicciones y paradojas desconcertantes, en las que experimentaremos esperanzas envueltas en desesperación (Beck, U., «La sociedad del riesgo global», Siglo Veintiuno de España Editores, 2002).

Rafael Berrio, al que ya hemos recurrido en alguna otra ocasión a propósito de Grecia y sus problemas con la deuda pública y la falta de crecimiento de la economía helena, escribe en «El mundo pende de un hilo», en su disco «Paradoja», con más lirismo, lo que sigue:

El mundo pende de un hilo.
De un hilo pende el mundo.
De un hilo El Greco, de un hilo Bach.
Persia de un hilo; la luz de Platón.
Cuanto amas de un hilo en cuestión.