Yanis Varoufakis ha
pasado de ser conocido, únicamente, en ámbitos académicos, a ser
internacionalmente célebre, tras su fugaz tránsito por el Ministerio de
Finanzas heleno. Pocos personajes han despertado tantas adhesiones y rechazos,
y tan intensos, como él. Por ejemplo, Anatole Kaletsky, en un reciente artículo
(“Why the Greek deal will work”) se refiere a su “provocativa arrogancia”.
Antes de ser ministro ya se hizo popular en su país como comentarista de
la crisis griega en los medios de comunicación. Ahora es mundialmente conocido
(si vale para algo el dato, es seguido en Twitter por 616.000 “followers”).
Desde luego, con su
apariencia poco ortodoxa, sus desplazamientos de trabajo en una moto de gran
cilindrada, o sentado, durante un debate, en un escalón del parlamento griego
con una lata de refresco en la mano (podría ser que de esa multinacional de
cola norteamericana que, presumimos, tanto debería detestar), no encaja en el
perfil que tenemos en mente de un ministro de finanzas al uso.
En el año 2012 escribió
la segunda edición del libro de divulgación “El minotauro global. Estados
Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial”, que ha sido publicado en
español, en junio de 2015, por la editorial Debolsillo (que, nos permitimos
añadir, al margen de las justificadas urgencias editoriales, podría haber
cuidado algo más la traducción y el estilo). Tal es el peso que ha ganado
Varoufakis últimamente, que en la portada de esta edición en español, a
diferencia de en otras anteriores, en las que figura un minotauro yuppie, con traje, corbata y maletín,
una foto suya ocupa este destacado espacio.
“El minotauro global” tiene su
origen en otra obra, más técnica y académica, titulada “Modern Political
Economics”, de Varoufakis, Halevi y Theocarakis.
Quien se acerque a la
obra buscando respuestas a la crisis griega encontrará mucho más, pues esta
crisis, incluso la europea, no son sino eslabones de la del orden mundial
establecido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, con su primera puesta en
entredicho en los años setenta del siglo XX, en torno a los Estados Unidos y
sus aliados (con exclusión, obviamente, de la URSS y los Estados ocupados que
recuperaron su soberanía tras los trascendentales –y no del todo explicados–
hechos de 1989 y los años siguientes).
La obra
puede suscitar el rechazo o la aceptación, como su autor, pero al margen de su
valoración, que corresponde a cada lector, sí merecen ser destacados algunos argumentos
más o menos originales, que pueden aportar claves para la interpretación de la
compleja realidad del siglo XXI. Desde luego, algunas tesis conspiratorias,
como que Estados Unidos ha urdido un plan de dominio mundial, o que la crisis
europea ha sido orquestada o aprovechada, a conciencia, por Alemania, no nos
parecen muy presentables, como tampoco la exoneración de culpas o lo liviano de
las críticas a las economías particularmente sobre-endeudadas, como la española
o, sobre todo, la griega.
Cabe señalar,
igualmente, antes de exponer las líneas maestras de “El minotauro global”, que
algunos de los argumentos de Varoufakis han sido superados por la realidad,
como, por ejemplo, la puesta en marcha de la Unión Bancaria en Europa (del
Mecanismo Único de Supervisión y del Mecanismo Único de Resolución, más en
concreto). Ciertamente, esta segunda edición de 2012, escrita antes del
transcurso de dos años contados desde el lanzamiento de la primera, incorpora
unos capítulos finales para someter la tesis principal al “test de falsación
popperiano”, que, en opinión del propio autor, se supera ampliamente.
El inconveniente es
que, desde 2012, el mundo ha continuado transformándose de forma mareante (el fin
de la expansión cuantitativa en los Estados Unidos, la puesta en funcionamiento
de la europea, el anuncio y la validación jurídica por el TJUE de las OMT, el rescate
del sistema financiero español, la Primavera Árabe, el surgimiento del Estado Islámico,
la crisis de Ucrania, la crisis de deuda argentina de 2014, el comienzo de la
supervisión bancaria en la eurozona por el BCE, la normalización de las
relaciones Estados Unidos-Cuba, la creación de los bancos de inversión chino y
de los BRIC, el acuerdo nuclear con Irán, la ralentización económica asiática,
las tendencias centrífugas en la UE, la crisis griega de julio de 2015, la
crisis bursátil china de verano de 2015, etcétera, etcétera).
Sería conveniente, por
ello, conocer si Varoufakis ha vuelto a someter a “pruebas de resistencia” los
argumentos relacionados con el minotauro, lo cual no hemos podido verificar.
Pero da igual, pues la base de sus ideas se mantiene incólume, más allá de su
acierto o no, y de las consecuencias que de las mismas se puedan desprender, en
cuyo caso nos habríamos de adentrar, de cualquier modo, en un terreno
resbaladizo por definición.
Los argumentos
económicos y financieros comparten terreno, en este libro, con los puramente
políticos, que son lo que verdaderamente, para el autor, han marcado el
desarrollo de los acontecimientos de los años más recientes. Su estudio, en sí,
no implica más que aplicar un análisis imperialista global, con sus
ramificaciones y subsistemas regionales, en el que los flujos comerciales,
económicos, monetarios y financieros se mueven, como es natural, desde la
periferia hacia el centro del sistema. Esto no es nuevo, y ya fue advertido,
por ejemplo, por Lenin en “El imperialismo, fase superior del capitalismo” (se
puede profundizar en nuestro artículo “Un nuevo orden internacional político y económico para el siglo XXI”, Extoikos, nº 14, pág. 17). En este sentido, tanto
da que en el centro pongamos a Roma, Constantinopla, Damasco, Moscú, Londres, Berlín,
Nueva York o Pekín. Pero, añadimos, ¿estamos seguros de que es irrelevante cuál
sea la ideología predominante del sistema?
Son clave, de un lado,
el minotauro, lo que obliga, en primer lugar, a recurrir a la mitología griega,
y, de otro, el “mecanismo global de reciclaje de excedentes”, lo que empuja a
relacionar a personas tan distantes, en todos los sentidos, como Keynes y
Strauss-Kahn. Pero no nos adelantemos, vayamos paso a paso… Sobre el supuesto“plan” de los Estados Unidos y el mecanismo global de reciclaje de excedentes
trataremos en la segunda parte de este post.
La imagen por la que
opta el autor, el símbolo que encarna su tesis, es el minotauro, por lo que hay
que recurrir a la fuente mitológica para su recta comprensión.
El rey Minos de Creta
pidió un toro a Poseidón, como señal de aprobación, para su sacrificio en honor
del dios. Tras su entrega, cautivado por su belleza, Minos perdonó la vida al
toro. En represalia, los dioses castigaron a Minos permitiendo que la esposa de
este, Pasífae, fuera poseída por el toro, de lo que resultó el engendro del Minotauro.
Según fue creciendo el Minotauro, este se fue haciendo cada vez más
incontrolable y violento, por lo que le rey Minos encargó al ingeniero Dédalo
(el padre de Ícaro) la construcción de un laberinto donde recluirlo. La bestia
se alimentaba de carne humana, por lo que Minos, para vengarse de Atenas, tras
el asesinato de su hijo por el ateniense rey Egeo, tras vencer en el campo de
batalla a los áticos, les impuso el deber de enviar siete muchachos y siete
doncellas para servir de alimento, cada año (o cada nueve años, según otras
versiones), al Minotauro. La historia concluye con la muerte del Minotauro a
manos de Teseo, hijo del rey Egeo de Atenas, lo que permitió el fin de la
hegemonía cretense y el amanecer de Atenas (en su regreso a Atenas, Teseo
olvidó izar velas blancas, en señal de éxito, conforme a lo acordado con su
padre, por lo que Egeo, al contemplar las velas de luto, que acarreaban la
muerte de Teseo, se lanzó al mar desde un acantilado, dando así nombre a este
mar).
La tragedia minoica no
se puede desconectar del rapto de Europa, otro retazo mitológico relacionado
con la tesis principal del libro, que entronca con uno de los dramas
colaterales, el europeo. Europa era una bella princesa fenicia de la que Zeus
se encaprichó. El dios se convirtió en toro blanco y la embaucó para que se
subiera a sus lomos, pero antes de que ella pudiera reaccionar se lanzó al Egeo
y la llevó hasta Creta. Como señala Varoufakis expresamente, Europa es la
bisabuela del Minotauro. Antes de volver con Hera, su esposa, Zeus ofreció
varios regalos a Europa, entre ellos Laelaps, un perro de caza que siempre
capturaba a su presa. Generaciones más adelante, Laelaps fue encomendado para
cazar a la zorra Teumesia, un animal concebido por los dioses para no ser
capturado jamás. Se trataba, por tanto, de un reto imposible (¿cómo el de
rebajar la deuda pública con medidas de austeridad?). Dado el estéril
enfrentamiento, que jamás permitiría al primero atrapar a su presa, y a esta
ser atrapada, Zeus se enfadó, convirtió a Laelaps y Teumesia en piedra y los
arrojó al cielo nocturno.
El libro que comentamos
tiene un punto de arranque bien sencillo: el hegemón resultante de la Segunda
Guerra Mundial, los Estados Unidos, consolidó su rol estelar, por primera vez
en la Historia mundial, aumentando su déficit adrede. De este hecho resultó la
financiarización de la economía global que vino a reforzar este “reinado” y
plantaba las semillas de su futura ruina. Las crisis griega, española o
italiana, decíamos, no son más que un síntoma en el cambio de tendencia
general, de la herida de muerte del minotauro y del vacío de poder creado tras
su pérdida de vigor, en tanto su lugar no sea ocupado por otro ser de parecidas
características, como, por ejemplo, un dragón, incluso un aguila...
Varoufakis nos sumerge
en su sugerente parábola con el crash
de 2008 y la patente insuficiencia de
los patronos del barco para explicar las razones de la zozobra. Alude, por
ejemplo, a la ingenua y razonable pregunta de la Reina Isabel de Inglaterra a
los profesores de la London School of
Economics en 2009: ¿por qué no lo vieron venir? Posiblemente, apunta
Varoufakis, la acumulación de deuda, privada y pública, sin límite, y la
creencia de que todos los riesgos estaban debidamente identificados y
controlados (“riesgo sin riesgo”) explican el declive: “al creer que había
diluido el riesgo con éxito, nuestro mundo financiarizado creaba tanto que fue
consumido por él”.
Posteriormente, señala
otros elementos que coadyuvaron a que se desataran todos los males, en los
cuales, al no añadir nuevos elementos a los ya conocidos, no nos vamos a
detener, aunque los citamos: el neoliberalismo de Reagan y Thatcher, la designación
de Alan Greensan como presidente de la Reserva Federal (y, previamente, de Paul
Volcker, un verdadero actor principal en este drama, como veremos), el papel
desempeñado por los organismos reguladores –y el rol cardinal de la
norteamericana Ley Glass-Steagall en los años de la Gran Depresión– y por las
agencias de calificación crediticia, los derivados, la innovación tecnológica y
financiera, la codicia, las “prácticas casi criminales y con productos
financieros que cualquier sociedad decente tendría que haber prohibido”, las
primas de los banqueros de inversión, el origen americano de la crisis y su
contagio a Europa…
En suma, cuanto más
alto vuela el sistema capitalista, “más se aproxima al momento de su propia
ruina, de forma muy parecida al mítico Ícaro. Después, tras el crash (y a diferencia de Ícaro), se
levante del suelo, se sacude el polvo y vuelve a embarcarse en la misma ruta
una y otra vez”.
En este punto entra en
juego la famosa tesis de Varoufakis: el crash
de 2008 se produjo cuando una bestia, el minotaruro global, fue gravemente
herida. “Mientras dominaba el planeta, su puño de hierro fue implacable, su
reinado atroz. Sin embargo, mientras conservó la salud, mantuvo la economía
global en un estado de equilibrado
desequilibrio. […] Hasta que no encontremos la manera de vivir sin la
bestia, una incertidumbre radical, un estancamiento prolongado y la renovación
de una inseguridad extrema estarán a la orden del día”.
Pero, ¿qué es,
realmente, el minotauro global? Varoufakis lo asocia con los crecientes
“déficits gemelos” de los Estados Unidos, el presupuestario y el comercial, y
los mecanismos de financiación de los mismos por el resto del mundo. Las
economías más grandes del mundo (Alemania, Japón, más adelante, China) producían
bienes en masa para el consumo norteamericano. Posteriormente, el 70%,
aproximadamente, de los beneficios generados, se reinvertían en los propios
Estados Unidos, a través de la transferencia de flujos monetarios a Wall
Street, que los transformaba en inversiones directas, acciones, nuevos
instrumentos financieros y préstamos (quedando, a cambio, un residuo de
beneficios –“dinerillo”– para los banqueros).
Lo visto a partir de
2008, incluida la financiarización de casi todos los aspectos de la vida de las
personas, “son meros subproductos de los masivos flujos de capital necesarios
para alimentar los dos déficits de Estados Unidos”.
Todo esto se urdió (y
regresamos a las tesis conspiratorias) merced a un “plan internacional” tejido
en los años setenta del siglo XX, sobre las cenizas de una Europa y un
continente asiático devastados por la guerra tres décadas antes.
El parecido entre este
mecanismo y el relato mitológico del minotauro es evidente, lo que permite
identificar el orden mundial con el mito cretense: el papel de la bestia lo
asumió el doble déficit americano, y, el del tributo, la forma de afluencia de
productos y capitales desde la periferia hacia los Estados Unidos.
A diferencia del minotauro,
que fue asesinado por Teseo, el fin del minotauro global llegó de pronto, sin
ataque alguno, al son de la caída del sistema bancario. “La nueva era se
resiste tozudamente a mostrar su verdadero rostro. Hasta que lo haga,
permaneceremos en el estado de aporía provocado por 2008”.
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