Esta
obra de John Kay está escrita desde el profundo conocimiento —teórico y
práctico—, el sentido común y el afán divulgativo. Lo que daña ofende a
cualquiera, incluso a muchos de quienes se relacionan profesionalmente con el
mundo financiero, pues no todos ellos, obviamente, se mueven por la avaricia y
el afán de saquear a la clientela.
Kay
no se anda por las ramas y apunta directamente, en la primera página de la
introducción, al posible origen de la desfiguración del sistema financiero:
“Los bancos modernos —y muchas otras instituciones financieras— negocian con
acciones, y el crecimiento de dicha negociación es la principal explicación del
crecimiento del sector financiero”. Entre las nuevas formas de contratación
figura la computerizada y algorítmica negociación de alta frecuencia (“high
frequency trading”). Otros factores que han influido en la intensificación de
la negociación ha sido la contratación de divisas y, sobre todo, los derivados:
el valor de los activos que subyacen a los derivados es tres veces el valor de
todos los activos físicos del mundo.
Kay
se pregunta cuál es el propósito de toda esta actividad y por qué genera tantos
beneficios.
Las
sociedades modernas necesitan las finanzas (lo que nos recuerda la obra de
Robert Shiller “Las finanzas en una sociedad justa”). Las primeras etapas de la
industrialización y el crecimiento de los intercambios globales coincidieron
con el desarrollo de las finanzas en el Reino Unido y Holanda. Hoy día, las
estadísticas muestran una relación entre el crecimiento y el ingreso per cápita
con el desarrollo de las finanzas. Por el contrario, los países comunistas, que
suprimieron el sistema financiero en favor de la planificación central para
allegar fondos a las empresas se fueron apagando poco a poco, hasta el
desmoronamiento, además de por estas por otras causas, del sistema comunista,
comenzando por la propia URSS.
Un
país solo puede ser próspero si tiene un sistema financiero que funciona
adecuadamente, pero esto no implica que a mayor tamaño del sistema más próspero
sea el país: “muchas buenas ideas se convierten en malas ideas cuando se llevan
al extremo”.
El
sistema financiero desempeña en la actualidad un importante rol político: se
trata del más poderoso grupo de presión y el mayor proveedor de financiación en
las campañas electorales. La política de los negocios también está dominada por
las finanzas.
La
“financiarización” ha tenido profundas implicaciones para la política, la
economía y la sociedad actuales, que han alcanzado la máxima expresión en la
crisis financiera 2007-2009.
Una
característica de la crisis financiera ha sido la de las altas remuneraciones
de muchos administradores, gestores y empleados del sector. La noción de que
las finanzas eran especiales no se discutió, y la incapacidad de muchas
personas inteligentes ajenas a este mundo para comprender lo que los
financieros estaban haciendo reforzó esta percepción.
Pero
para Kay —como para muchos— las finanzas no son especiales. Esta industria
negocia con frecuencia consigo misma, habla consigo misma y se juzga a sí misma,
tomando como referencia criterios de elaboración propia.
Las
finanzas son un negocio como cualquier otro, y debería ser juzgado por
referencia a los mismos principios que se aplican a otras industrias como los
ferrocarriles o el suministro eléctrico.
¿Para
qué sirve el sistema financiero? ¿Qué necesidades debe cubrir desde la
perspectiva no del propio sector sino de sus usuarios?
Son
cuatro las funciones que, con este enfoque, el sector financiero debe
desarrollar en su contribución a la sociedad y la economía:
Primera.
Establecer el sistema de pagos.
Segunda.
Dirigir el ahorro hacia los usos más efectivos.
Tercera.
Gestionar las finanzas de las personas a través de sus vidas, enlazando unas
generaciones con otras.
Cuarta.
Facilitar a los particulares y a las empresas la gestión del riesgo inmanente a
la vida diaria y a la actividad económica.
La
innovación financiera será útil en tanto permita una mejor ejecución de estas
cuatro funciones básicas.
El
verdadero valor del sistema financiero en su contribución a la comunidad reside
en el valor de los servicios que ofrece, no en los desorbitados retornos
económicos de algunos de los que trabajan en él. Por ello, cabe preguntarse:
¿por qué genera el sector unos salarios tan elevados? Para Kay, una gran parte
de los beneficios son ilusorios, gran parte del crecimiento del sector
financiero no representa la creación de nueva riqueza sino la apropiación de la
riqueza generada en otras áreas de la economía.
Obviamente,
la mayoría de las personas relacionadas profesionalmente con el sector no son
culpables de estos excesos: “La mayoría de las personas que trabajan en las
finanzas no aspiran a ser señores del universo. Son empleados en actividades
relativamente mundanas en la banca y los seguros, a cambio de lo cual reciben
salarios relativamente modestos. Les necesitamos y necesitamos lo que hacen”,
concluye Kay.
La
regulación es una parte del problema. Su intensificación ha ido acompañada de
réditos cada vez menores. No ha habido poca regulación, sino demasiada. Es
necesaria la instauración de una filosofía regulatoria distinta por completo.
Se debería poner fin a los que parecen inacabables códigos de regulación, que
van más allá de la comprensión de muchos profesionales de la regulación.
El
objetivo de la reforma de la industria financiera debería orientarse a la
efectividad de los servicios financieros que sirven a la economía real.
El
libro se estructura en tres partes y 11 capítulos:
Parte
primera: Financiarización
Capítulo
1. Historia
Capítulo
2. Riesgo
Capítulo
3. Intermediación
Capítulo
4. Beneficios
Parte
segunda: Las funciones de las finanzas
Capítulo
5. Situación del capital
Capítulo
6. El canal de los depósitos
Capítulo
7. El canal de la inversión
Parte
tercera: Política
Capítulo
8. Regulación
Capítulo
9. Economía política
Capítulo
10. Reforma
Capítulo
11. El futuro de las finanzas
Pasamos
a comentar, brevemente, los aspectos más destacados de los capítulos 10 y 11.
Reforma
La
pretensión de encauzar los mercados financieros con más regulación será un
fracaso, pues se aparentará acción con poco efecto significativo en el comportamiento
de la industria. Muchas entidades del sector se han habituado a pagar las
multas impuestas por las autoridades casi como una rutina.
El
cambio vendrá cuando los valores apropiados sean internalizados por los
participantes en el mercado que manejan el dinero ajeno, cuando traten a la
clientela bien. Kay afirma que evitamos el asesinato y el robo no porque nos
den miedo las sanciones que nos podrían imponer de hallarnos culpables, sino
porque, simplemente, no contemplamos el homicidio y el robo entre las acciones
posibles.
La
regulación basada en reglas prescriptivas muy detalladas ha socavado antes que
reforzado los estándares éticos, sustituyendo los valores por el cumplimiento.
Se
debe superar la cultura de “trading” y reducirla hasta niveles modestos que
sirvan a las necesidades reales de la economía no financiera.
El
establecimiento de un impuesto sobre las transacciones financieras sería
positivo si fuera universal, pero ello no parece posible hoy día. Es preferible
un enfoque más realista y práctico, que “mate de hambre a la bestia”: mejor
regulación y un nuevo enfoque filosófico de esta.
La
reforma se podría basar en los siguientes principios:
-
Las cadenas de intermediación deberían ser cortas, simples y lineales.
-
Se deberían incentivar las instituciones financieras especializadas, con vínculos
directos con los usuarios de servicios financieros, que puedan identificar y
satisfacer las necesidades de estos.
- Cualquier
entidad que maneje el dinero ajeno, o que preste asesoramiento, debería
acreditar altos estándares de lealtad y prudencia, y evitar los conflictos de
interés.
-
El comportamiento recto en la gestión del dinero ajeno se debería asegurar con
sanciones civiles y criminales, dirigidas antes contra los individuos que
contra las instituciones en las que prestan sus servicios. La cultura de las
organizaciones es de central importancia, pero la cultura es el resultado de
comportamientos individuales, especialmente de quienes asumen funciones de
liderazgo.
-
Los gobiernos deberían tratar a la industria financiera como a cualquier otra.
-
Determinados privilegios, incluido el de la existencia de un prestamista de última
instancia, deberían ser suprimidos.
-
El sistema financiero no debería ser usado como instrumento de política económica.
La
mayor capitalización y liquidez se presume que fortalecerán a las entidades,
pero pueden seguir siendo insuficientes en caso de tensión, como atestigua lo
ocurrido en la Gran Recesión. Además, este incremento de la resiliencia puede convertir
el sistema en menos robusto por el incremento de su complejidad.
Solo
la parte más aburrida del sistema financiero, que son los sistemas de pagos, es
esencial para una economía moderna. Nada terrible pasaría si los mercados de
valores cerraran durante una semana o más, o si una fusión o un proyecto de
inversión se pospusiera por semanas, o si una oferta pública de suscripción de
acciones tuviera lugar el mes próximo o el siguiente. La operativa de alta
frecuencia entre Nueva York y Chicago carece de significado fuera del mundo
absurdo de las computadoras de “trading”.
Kay
trata de llamar la atención cuando dice que la tradicional cultura del gestión de
un banco de largos almuerzos y partidas de golf puede haber generado más
información sobre los negocios que un terminal de Bloomberg.
El
verdadero sentido de los bancos es canalizar los depósitos hacia los
demandantes de crédito, principalmente los hogares, y gestionar la liquidez
para reconciliar la seguridad de los depósitos con las necesidades a largo
plazo de quienes consumen el capital. El “trading” basado en la captación de
depósitos como garantía debería ser suprimido. Debería haber un anillo de
seguridad entre los depósitos y otras actividades financieras. Precisamente, la
privación de la financiación pública (prestamista de última instancia), de los
subsidios o de las garantías públicas impediría que se pudieran mantener volúmenes
de “trading” de gran escala como los existentes. Se deben evitar los conflictos
de interés: no se puede custodiar el dinero ajeno y realizar actividades de “trading”
por cuenta propia.
Antes
de la Gran Recesión, la última crisis bancaria en Reino Unido fue la del Banco
de Glasgow, que quebró en 1878. En tres meses, todos sus directores estaban en
prisión. En cambio, en el presente, parece que los titanes de las finanzas no
son castigados (excepto Bernard Madoff, que fue sentenciado a 150 años de prisión).
Parece que la vía escogida ha sido la de imponer sanciones a las corporaciones
antes que a los individuos.
Kay
propone que quien asuma la remuneración asuma la responsabilidad, aunque hay
quien argumente que de esta forma no se cubrirían los puestos de mayor
responsabilidad, pero, precisamente, este sería el objetivo: que quien acepte
el desempeño sea consciente de la carga que asume y las obligaciones
relacionadas con el manejo del dinero de los demás.
El
futuro de las finanzas
El
sector financiero occidental es demasiado amplio, y no hay muchas esperanzas
depositadas en la capacidad de generación de beneficios por el sector en el
largo plazo.
La
intermediación financiera se ha convertido en un fin en sí mismo, en el que
participan matemáticos y físicos en busca de algoritmos y fórmulas matemáticas
que aseguren las ganancias. Los individuos y las compañías deberían tener un conocimiento
específico sobre cuáles son las necesidades de los usuarios de servicios
financieros.
La
visión sabia de la vieja industria y el proceso regulatorio acumulado durante décadas,
se abandonaron por una mezcla de fervor ideológico de los políticos y la ambición
personal de los financieros.
No
se ha sabido distinguir la generación de beneficio de la generación de riqueza,
o la apropiación de recursos de su producción.
Poco
progreso se puede hacer para reformar las finanzas a no ser que la influencia
del dinero en la política se reduzca, pero nos encontramos con el obstáculo
insalvable por el momento de las “puertas giratorias” entre lo público y lo
privado.
A
pesar de todo, hay muchas personas que trabajan o han trabajado en las finanzas
que disponen del conocimiento y el sentido crítico necesarios, a pesar de que
no hay una institución que aúne sus voces.
En
algunos países se han producido reacciones tanto contra gobiernos de derecha
como de izquierda, pero sin que haya sido posible cambiar el enfoque de los políticos
hacia las finanzas.
Con
su libro John Kay admite que ha tratado de aportar su esfuerzo para educar y
que exista una opinión pública informada.
Sin
duda, habrá una nueva crisis, y la nueva regulación se habrá escrito pensando más
en la anterior que en la del futuro.
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