«Es
posible que los grupos de sociedades se contemplen con cierto recelo, lo que
puede obedecer al papel desarrollado por los grandes grupos, los
internacionales, que son los que verdaderamente aprovechan toda la
potencialidad del fenómeno globalizador, en beneficio de sus propietarios, de
sus gestores y de sus empleados más cualificados, primordialmente.
La
discutible conducta de algunas multinacionales cuyos servicios y artilugios
empleamos a diario, que, a través de artificios contables, evitan una
tributación acorde con su volumen de negocio en los países de implantación de
sus filiales, ha suscitado polémica en los últimos años, más por el interés de
los Estados de acogida por recaudar que por el propio interés de los ciudadanos
consumidores. El reproche ético o legal asociado a estas situaciones no parece
afectar en exceso a una ciudadanía que sigue adquiriendo los bienes y
disfrutando los servicios ofrecidos por estas grandes compañías.
Aunque
esta compleja forma de organización empresarial encuentra su máximo exponente
en el ámbito internacional y en el de las multinacionales, el grupo de
sociedades puede ser algo mucho más discreto, cercano y limitado, que no exceda
del espacio local, regional o nacional.
A
pesar de ello, encontramos en todos los grupos una misma tensión, sea la
magnitud del proyecto empresarial mayor o menor: la existente entre el llamado
«interés del grupo» y el interés de cada una de las sociedades que lo integran
(lo que, obviamente, redundará en el beneficio directo de personas individuales
concretas).
Faltando
este control, podrán establecerse otras formas de colaboración empresarial, menos
verticales y más horizontales, o simplemente de yuxtaposición o coordinación, en
las que cada compañía, como entidad autónoma y responsable, cuidará por sí
misma de la defensa de sus intereses y de los de sus socios.
[…]
Para
que surjan los grupos de empresas son necesarias determinadas condiciones básicas
de progreso económico y capitalista. En sociedades con un desarrollo económico
incipiente o bajo no va a surgir la necesidad o la conveniencia de que unas
empresas tomen el control de otras para producir bienes y servicios. En una
sociedad que se autoabastece o en una gremial, la producción por los propios
interesados o por particulares especializados en la de determinados bienes y
servicios es suficiente, tanto para los oferentes como para los adquirentes.
Sorprendentemente,
los rasgos más elementales que van a conducir a los modernos grupos de
sociedades se comienzan a configurar en los siglos XIII y XIV.
[…]
Esta
relación entre el desarrollo tecnológico, la mejora en la gestión y la
dimensión de las compañías fue advertida por Coase (1937, pág. 397), quien se
percató de que las innovaciones que tendían a reducir los costes de la organización
asociados con su presencia espacial (como el teléfono o el telégrafo)
provocaban el incremento del tamaño de la empresa, al igual que las mejoras en
las técnicas gerenciales. La aparición de los grupos de empresas, desde sus
orígenes más remotos a los que nos acabamos de referir, no sería sino una de
las consecuencias del inevitable incremento del tamaño de la organización
empresarial y de los mercados en los que se intercambiaban sus servicios y
productos.
[…]
Pero
en la actualidad, en una época en la que con el cambio de ciclo político
experimentado en 2016 en los Estados Unidos y fenómenos como el «Brexit» se
aprecia una crisis de la globalización y un retorno al proteccionismo, se da la
contradicción de que las grandes corporaciones y grupos de empresas son de
mayor tamaño, más ubicuos y políticamente más influyentes, pero, a la vez,
están expuestos a riesgos que no solo pueden dañar sus ventas, beneficios y
reputación, sino que también, en ocasiones, les pueden expulsar del mercado.
[…]
Con
este capítulo introductorio quedan esbozados los temas que se tratarán con más
profundidad en los diversos capítulos de esta obra.
[...]»
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