Los Estados, por razones muy variadas,
han ido dilapidando durante las últimas décadas su riqueza de recursos. Esta
“desacralización del Estado” ha motivado que entes privados, carentes de
cualquier atributo de soberanía, estén desafiando el monopolio estatal, como se
aprecia en la controversia surgida entre Argentina y una parte minoritaria de
sus acreedores, que se analiza en este artículo, o, más cerca de nosotros, en
la enorme presión a la que fue sometida España en el verano de 2012 por los
mercados financieros. Sin duda, estos problemas económicos pueden provocar
tensiones en el seno de los Estados y afectar a su estabilidad política, e,
incluso, propagarse como la pólvora a otros Estados.
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