Edward Gibbon mostró en “Historia de la decadencia y
caída del Imperio Romano” el proceso de creación, desarrollo, apogeo y paulatino
derrumbe de la maquinaria casi perfecta que encarnó Roma. La Ciudad Eterna
contenía las semillas de su propia destrucción, y Gibbon pasó pronto de
celebrar los triunfos a escribir la crónica de los desastres.
En el análisis de las entidades políticas, acaso sea esta
la obra que más notoriedad ha alcanzado y ha permitido extrapolar sus argumentos
a otras formas de organización social más cercanas a nuestra época, generando
un llamativo apetito por la decadencia de las instituciones bien asentado en
Occidente.
Este proceso de decadencia y caída afecta, por evidentes
causas biológicas, a las personas, pero también a las instituciones de toda
índole, políticas o no, de las que las colectividades humanas se dotan para
superar el transcurso del tiempo y tratar, de algún modo, de superar sus
propias limitaciones.
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