«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

martes, 28 de junio de 2016

Brexit: pain in our minds and souls… and in our pockets

Los británicos, si es que se puede reducir a un denominador común a los ciudadanos de una forma de organización política con pasado colonial y con diversas regiones bien diferenciadas que la componen, son como esos primos que vemos un par de veces al año, algo extraños, huraños a veces, pero que no dudamos que son parte de la familia.

Ha pasado tiempo suficiente como para haber asimilado el resultado del referéndum del 23 de junio, pero una fuerza en nuestro interior se resiste a creer que el Reino Unido vaya a emprender una carrera en solitario, separado de los restantes 27 Estados integrantes de la Unión Europea, con muchos de los cuales ha mantenido una relación histórica mucho más que centenaria.

Históricamente, la isla comenzó a converger con Europa, al margen de otros contactos más esporádicos, con Julio César. El emperador que disfrutó en mayor grado del esplendor romano, Hadriano, mandó construir el muro que lleva su nombre para separar la parte de la isla bajo control romano de los irreductibles habitantes del norte (todavía se discute si el propósito del Muro de Hadriano era defensivo o de control del tránsito de mercancías). 

Los sucesores de los «bárbaros del norte», los escoceses, son, entre otros, los que demandan que no se alcen barreras y que su región continúe formando parte de la Unión Europea. Ya no sabemos si la barbarie está al norte del Muro o al sur.

En el fondo, y quizás no tan en el fondo, en la decisión mayoritaria hay un profundo desprecio hacia Europa y hacia los europeos. Aun así, creo que muchos estaríamos dispuestos a perdonar esa soberbia, con tal de subsanar un error histórico como el que se acaba de cometer. 

Es posible que los tercermundistas acontecimientos recientemente vividos en Calais hayan terminado de desinformar a una población que, a pesar de la cercanía con el continente y de los medios tecnológicos, no está lo suficientemente instruida como para entender la complejidad del continente y del entorno circundante, y la del planeta en general. Como ocurrió en los días previos al 6 de junio de 1944, esta vez desde la otra parte del Paso, es evidente que Calais es una pista falsa, y que los peligros acechan, efectivamente, pero por otros lugares.

No vamos ahora a detenernos ni en la torpeza del premier Cameron, ni en el valor político y jurídico de los referéndums en el siglo XXI (valga, según el diccionario de la RAE, el significado del gerundio del verbo «referre»: «lo que ha de ser consultado»), ni en la conveniencia de alcanzar determinados quorum y mayorías cualificadas, ni en la necesidad de ponderar en Estados complejos —si aplicamos la terminología de nuestro Tribunal Constitucional— la opinión de «partes singulares» del territorio, como pueden ser ciertas regiones con características históricas bien definidas (Irlanda del Norte y Escocia), o de ciudades con gran potencial económico (Londres).  

El Presidente del Consejo, Donald Tusk, ha reconocido la seriedad e incluso el carácter dramático de los acontecimientos, así como que el momento es histórico pero no admite reacciones histéricas («Press statement by President Donald Tusk on the outcome of the referendum in the UK», 24 June 2016). 

Ciertamente, como ha escrito Manuel Conthe en su blog («Brexit: ¡EEE! Tampoco exageremos», 24 de junio de 2016), el Reino Unido no es miembro del euro, ni de Schengen, ni asume el principio de alcanzar «una relación cada vez más estrecha», lo que no es óbice para que resulte inconcebible que el Reino Unido deje de ser parte del Mercado Único, pues ese resultado no interesaría a nadie.

George Soros («El Brexit y el futuro de Europa», Project Syndicate, 25 de junio de 2016), que traza un panorama más sombrío y apocalíptico («la desintegración de la UE es prácticamente irreversible»), considera, en la línea mostrada anteriormente, que Gran Bretaña tenía con la Unión Europea el mejor de los arreglos posibles: «era miembro del mercado común sin pertenecer al euro y había conseguido otras exenciones a las reglas de la UE»). Más allá de la economía, Soros se adentra, y compartimos su análisis, en el territorio de la política y de la seguridad y la defensa, cuando concluye que Turquía y Rusia están sacando provecho de la discordia.

Soros tiene razón: Europa se ha escrito durante los últimos 40 años para tratar de contentar a los británicos, con resultados insatisfactorios para ellos y para el resto de los socios. Basta con leer el documento del Consejo Europeo «Un nuevo régimen para el Reino Unido en la Unión Europea. Extracto de las conclusiones del Consejo Europeo de 18 y 19 de febrero de 2016» (DOUE de 23 de febrero de 2016). Estas conclusiones ya no regirán, pero dibujan lo que habría sido la UE de haber continuado el Reino Unido: una Europa de excepciones y exenciones, de baja intensidad, sometida a la soberanía nacional (y no al contrario), en la que la insuficiente unión política, económica, monetaria e incluso bancaria no sería óbice para la reversión del proceso de construcción europea o para la plena vigencia, contradictoriamente, de la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales (pero no así de los derechos sociales y de la solidaridad entre territorios). 

Sin embargo, sin quemar puente alguno, el mensaje debe ser, dentro de lo posible, de firmeza y contundencia, pues, de lo contrario, este paso podría ser el primero de una serie que llevara a la disolución de la Unión (algo impensable, hace no más de unos días). La seriedad y dramatismo a los que ha apelado Donald Tusk no permiten que el pleno beneficio de los privilegios inherentes a la condición de socio sea graduable, en cuanto a las contrapartidas, deberes y cargas, a voluntad de cada Estado miembro. No cabe apelar a la célebre teoría marxista (de Groucho): «Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros». 

Una Unión Europea sin el Reino Unido es, sin duda, más débil, pero más débil sería todavía si el número de los descontentos supusiera una mella mayor. Los retos de toda índole son enormes, y cuantos más sean los Estados sostenedores de la cultura europea, con sus valores y principios, más resistente será esta. 

La marcha atrás ha comenzado para la efectividad de un artículo del Tratado de la Unión Europea, el 50, que de la retórica pasará al ámbito de la realidad: «Todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión». 

Ojalá nos equivoquemos, pero hay veces en las que ejercer la libertad termina conduciendo a la esclavitud.

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